Una vez imaginado esto, era fácil dar el salto a la carnosidad más lasciva e irrefrenable de una felación en su tramo final. El instante cegador y efímero de una descarga completa en el fuego de su lengua traviesa. Inundándola de saliva y semen al borde del ahogo…
-¿Me oyes?
-¡Oh! ¿Qué?
-¡Que te hablo y no me contestas!
-Perdona, me había despistado. ¿Puedes repetir?
-Pues si es tan interesante lo que piensas podías compartirlo… Te decía que sí, es opio.
Se levanta y mirando a los ojos de Fausto añade:
-¿Y si estamos en un barco de narcotraficantes?
-¿Y si la tripulación no está enterada? Porque de lo contrario, ¿no hubiera sido más inteligente deshacerse de las pruebas? Yo en su lugar hubiera tirado estas tablas al mar, aquí no sirven para nada.
-Sí que sirven, para inculparte. He de reconocer que tiene sentido lo que dices. Cualquier curioso como nosotros puede encontrarlas… No sé.
-Disimula, viene el niño cotilla. Ese de los ojos grandes.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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