martes, 7 de enero de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 106 (novela corta alargándose)



Desaparece de la vista e inmediatamente es succionada por la enorme hélice que la despedaza e impulsa a las profundidades, donde peces y crustáceos darán cuenta de ella. El hombre, sin testigos aparentes, retrocede por sus pasos y vuelve al albergue. Ni Fausto ni Charlotte han podido ver su rostro o ropas. Sólo que tenía una mujer que había marchado corriendo en una dirección, y él en otra.

Incómodos y nerviosos abandonan el escondite descuidando toda precaución. El niño espía de los ojos grandes surge de entre las cuerdas, los sigue con la mirada en su huida ansiosa del escenario donde ha ocurrido semejante suceso. Adentrándose nuevamente en la zona de personal y mezclándose con los demás viajeros. Aunque no pueden reconocer su rostro, entre ellos viaja ahora un inductor involuntario al suicidio.


Dos jornadas pasaron antes de que Fausto y Charlotte se sacudieran el susto. Dos jornadas de aburrimiento, de una rutina que no iba más allá de los paseos por el barco, las visitas a la cantina, los horarios de comedor, las colas en los servicios, los dolores de espalda, los niños dando guerra, las agrupaciones de viajeros por idiomas, la desconfianza de la tripulación la vigilancia de todos a todos y vuelta a empezar. Ambos eran de los pocos que no habían hecho ni siquiera un intento de aproximación a los colegas circunstanciales. A él no le interesaba y ella prefería distanciarse para no ser descubierta en el engaño. Fausto sí hizo, en cambio, algunas tomas con su dieciocho milímetros. Retratos robados desde algún rincón al resto de pasajeros protegido de la vista con el cuerpo de Charlotte cómplice. Panorámicas casi idénticas de un océano tranquilo cuyos únicos cambios de imagen se producían al amanecer y el anochecer. Donde un sol con apariencia de cansado se refugiaba tras el abismo rotundo anaranjado casi rojo acechando más allá del horizonte.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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