-¿Y de qué murió?
-¿Quién? ¿Mi padre?
-Sí.
-Esto es lo mejor: enfisema pulmonar. Él, que no había fumado en su vida. Y la loca que se metía humo de opio como aire de playa, ahí sigue. Jodiendo la vida a todo el que se le acerca o tiene la mala suerte de cruzarse en su camino. A veces pienso que fue ella la que lo mató, con esos humos que los demás nos veíamos obligados a respirar.
Ambos quedan en silencio. Mirando el jugueteo de los delfines alejándose brincando. Arqueados como plátanos en marcha hacia el horizonte. El sol supera los treinta grados sobre la raya del mar, y la tripulación hace un buen rato que se ha marchado. Dejando lo salvado de la carga bien sujeto. A la espera del próximo enfado de mar, siempre violento de carácter.
-¿Damos una vuelta? -pregunta Fausto cada minuto más contrariado. La imagen que se había hecho de Charlotte como flautista callejera entonando cancioncillas estúpidas y durmiendo en aceras y portales nada tiene que ver con la realidad. Con los conocimientos musicales suficientes para acompañar a cualquier orquesta de cámara, la idea del titiritero con cascabeles en los pies y gorrilla floja con picos de arlequín es un insulto. Pero además, aquel ser en busca del anonimato absoluto, ocultando incluso el propio género, había nacido en cuna de oro. Hija de rico fabricante de calzado, con institutriz y profesorado exclusivos con educación sobresaliente para sobresalir con todas las necesidades cubiertas los lujos satisfechos el futuro despejado, no era precisamente el modelo de marginalidad que él tenía en mente.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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