Apenas unos metros más adelante, hacia estribor y casi tapada por una torre de embalajes, todos con el número 3, apareció una rejilla en el suelo. Un enjaretado fuerte, de hierro, con bisagras laterales y cerrojo en el centro. Dos puertas que abrían, o cerraban, el acceso a una escalera que descendía hacia las entrañas del barco. Iluminada por la luz del sol, al final de ella parecía adivinarse una puerta. La tentación es irresistible.
-Mira esto.
-Ya veo. Boca de entrada a las bodegas.
-Más parecen las mazmorras, qué pinta tan siniestra.
-Mon dieu! ¿Qué esperabas? ¿Luces de colores y moqueta? Esto es un carguero, todo está dispuesto con un solo fin.
-¿Y es?
-Practicidad, economía de medios y gestión. Eliminación de todo lo superfluo. Fuera adornos o detalles innecesarios. Supongo que no querrás también unos cuadros en las paredes, ¿Oui?
-Perfekt! Vale. Lo he entendido. La experta en navegación eres tú.
-Te he dicho que me trates como a un hombre. ¿Y si alguien te oye?
-Perdona… Pero es que…
No podía confesar lo que había imaginado cuando se chupó los dedos untados en polvo de opio. Cómo transformó una suave e inocente succión en una potente escena de sexo que sólo tenía sentido si era ella mujer. Pensar que la boca de aquella felación podía ser un hombre era como si en lugar de chupársela se la mordieran: un bocado y escupir el trozo al suelo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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