CAVANDO ZANJAS
Ella dejó
de estudiar en el séptimo grado
de aquel
programa de estudios sin grados ni dependencias de partidos.
Eran otros
tiempos, quién sabe si más serios.
En realidad
no estudió nunca por eso en el primer filtro serio
que criba
holgazanes de hacendosos no pasó.
Desde niña
quedó en el lado donde malviven los perdedores.
Y se
perdió. Muriendo.
La suerte
acompaña a quien la busca. Dicen.
Que es una
oportunidad bien aprovechada.
Dicen
también.
Todo
mentira, o se llamaría programa y no suerte.
Ella no
tuvo ni lo uno ni lo otro. Y a fuerza de golpes
fue
cediendo en el combate diario de vivir:
besó la
lona muchas veces. Todas con ganas de morir.
Tampoco
aquí hubo suerte:
veinte años
a hostias parecen no haber sido suficientes.
Para el que
las reparte.
Hoy
arrastra tres hijos dos exmaridos veinte kilos de sobrepeso,
quince
cartas de despido.
Otros
tantos kilos en el alma. Los peores,
que a éstos
la dieta de la escasez más los engorda.
Basta con verla para saber que está desesperada.
Aunque para
ello primero hay que mirarla:
nadie está
por semejante esfuerzo.
No sé si es
indiferencia o dolor,
pues sólo
una aguja cambia nuestro tren de vía en un momento.
Y cómo aterroriza.
De tanto
ver pasar vagones a reventar de perdedores,
con destino
al implacable futuro sufrimiento y muerte,
tememos que
al próximo nos suban sin pedirlo.
Ella no pasó
el corte en el primer envite de esta vida de azar y apuestas.
Pero tarde
o temprano todos vamos cayendo por las grietas
que bajo
nuestros pies abre voraz y despiadado
el cruel
destino.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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