viernes, 11 de enero de 2013

JAPI ANIVERSARI




JAPI ANIVERSARI


Él cumplió ayer cuarenta y ocho,
con la ignominia habitual de toda su existencia.
Silencio olvido y discreción obligada,
bajo el frío sol blanco de medianoche.

Nada de aplausos, nada de descorches, nada de fiestas.
Y es que ese horno oscuro, húmedo y, por qué no decirlo,
maloliente,
ya no estaba para bollos.
Ni madalenas ni pastas ni siquiera galletas.
Que galletas ya había recibido bastantes.

Por resumir, la primera en el colegio:
dijeron que siempre sería un mal estudiante y un pésimo hombre.
¡Él, que todavía era un niño!
Le convencieron, generando en su mala estima un fracaso inducido.
Quebró una autoestima que aún no había nacido.

Por concretar, la segunda su amantísima esposa:
amantísima de todos que por cuatro galletas,
éstas de chocolate,
se prestaba a follar con cualquiera.
Prostituta sin precio ni título que lo arrastró al matrimonio
con el subterfugio de un niño bastardo.
Ella nunca le quiso los hijos siempre le odiaron,
quizás porque fueran los hijos de otros.

Por terminar, la tercera le ocurrió en el trabajo:
veinte años empleado a los trabajos forzados de delineante frustrado
por un estudio de arquitectos endiosados.
Con premios Pritzker a los grandes proyectos
todos por él dibujados.
Muchos, también ideados. Alguno, por los jefes sólo firmado.
También el del Pritzker.
Si bien para él no era su mejor obra.
Antojos de los galardones para vanidad de los galardonados.

La semana pasada lo echaron por decir esta boca es mía.
Y esta obra también.
Despido procedente por falta de disciplina, exceso de entusiasmo
y reclamaciones incómodas.
Cuarenta y siete años una vida de fracasos detrás
un futuro de desilusiones delante.
Para qué seguir navegando si el bote ya se hundió siendo niño.
En realidad, siempre vivió ahogado. No cumpliría cuarenta y ocho
en el mismo escenario.

Tomó un rifle prestado,
de uno de sus clientes aficionado a cazar elefantes o serpientes,
según la invitación del momento,
y se refugió en un cuarto frío oscuro y húmedo.
Y también mal oliente por qué no decirlo.
Tapió la puerta desde dentro:
seis horas más tarde, a punto ya del desmayo,
rompió el silencio de la noche un disparo.
¡Va por ustedes! –dijo antes de que una bala le rompiera la cabeza y la cara.

Él cumplió cuarenta y ocho escondido de los demás y la vida
en un nicho de la fila tercera.
Nunca le alcanzó para una entrada en primera.

Nada hay que hacer ya se pueda
por mucho que se deba
aunque no se quiera.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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