JAPI ANIVERSARI
Él cumplió
ayer cuarenta y ocho,
con la ignominia
habitual de toda su existencia.
Silencio
olvido y discreción obligada,
bajo el frío
sol blanco de medianoche.
Nada de
aplausos, nada de descorches, nada de fiestas.
Y es que
ese horno oscuro, húmedo y, por qué no decirlo,
maloliente,
ya no estaba
para bollos.
Ni madalenas
ni pastas ni siquiera galletas.
Que galletas
ya había recibido bastantes.
Por
resumir, la primera en el colegio:
dijeron que
siempre sería un mal estudiante y un pésimo hombre.
¡Él, que
todavía era un niño!
Le convencieron,
generando en su mala estima un fracaso inducido.
Quebró una
autoestima que aún no había nacido.
Por
concretar, la segunda su amantísima esposa:
amantísima de
todos que por cuatro galletas,
éstas de
chocolate,
se prestaba
a follar con cualquiera.
Prostituta
sin precio ni título que lo arrastró al matrimonio
con el subterfugio
de un niño bastardo.
Ella nunca
le quiso los hijos siempre le odiaron,
quizás porque
fueran los hijos de otros.
Por
terminar, la tercera le ocurrió en el trabajo:
veinte años
empleado a los trabajos forzados de delineante frustrado
por un
estudio de arquitectos endiosados.
Con premios
Pritzker a los grandes proyectos
todos por él
dibujados.
Muchos,
también ideados. Alguno, por los jefes sólo firmado.
También el
del Pritzker.
Si bien
para él no era su mejor obra.
Antojos de
los galardones para vanidad de los galardonados.
La semana
pasada lo echaron por decir esta boca es mía.
Y esta obra
también.
Despido procedente
por falta de disciplina, exceso de entusiasmo
y reclamaciones
incómodas.
Cuarenta y
siete años una vida de fracasos detrás
un futuro
de desilusiones delante.
Para qué
seguir navegando si el bote ya se hundió siendo niño.
En realidad,
siempre vivió ahogado. No cumpliría cuarenta y ocho
en el mismo
escenario.
Tomó un
rifle prestado,
de uno de
sus clientes aficionado a cazar elefantes o serpientes,
según la
invitación del momento,
y se refugió
en un cuarto frío oscuro y húmedo.
Y también
mal oliente por qué no decirlo.
Tapió la
puerta desde dentro:
seis horas
más tarde, a punto ya del desmayo,
rompió el
silencio de la noche un disparo.
¡Va por
ustedes! –dijo antes de que una bala le rompiera la cabeza y la cara.
Él cumplió
cuarenta y ocho escondido de los demás y la vida
en un nicho
de la fila tercera.
Nunca le
alcanzó para una entrada en primera.
Nada hay
que hacer ya se pueda
por mucho
que se deba
aunque no
se quiera.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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