LA CALLE
Inyectamos
heroína en las calles durante más de una década.
En esa España
de los ochenta y el Madrid de la movida:
que nosotros
también quisimos ser protagonistas.
¡Y vaya si
nos movimos!
Primero Chueca
Lavapiés Malasaña.
Luego El
Prado Argüelles Puerta del Hierro Barrio de Salamanca.
Envenenamos
a miles de desgraciados nacidos para matarse.
Muchos eran
niños ricos blancos.
Algunos murieron.
Yo mismo fui a un par de entierros:
curiosidad.
Quería saber qué sienten los padres que pierden a un hijo
justos
cumplidos los veinte.
Por unos
gramos de polvo sucio sacamos buena pasta en limpio.
Y unos cuántos
polvos con niñas ricas colgadas de nuestra harina blanca.
Muñequitas de
porcelana que tras frotarnos con ellas las manos
quedaron muñecas
de trapo rotas.
Inservibles
hechas pedazos.
Donde hay
drogas hay dinero. Donde dinero drogas.
Atracos muertos
y sangre.
Y policías
y corrupción y sobornos y chantajes.
La manzana
de la movida estaba bien agusanada por dentro.
Los políticos
se daban baños de masas
y ungidos
en el sacrosanto bálsamo de la libertad
arengaban al
pueblo graso a pasarse por la piedra al régimen.
El grueso
de la masa se colocaba sólo con oírlos.
Y con la
ayuda de nuestra heroína
se veían
como héroes forzando el cambio.
Un avance
necesario.
Que nunca
llegó.
Nosotros,
en cambio, sí nos adaptamos.
Metió las
narices en nuestro mercado la prensa y la heroína tuvo muy mala prensa.
Ya se sabe
que el periodismo de mierda todo lo contamina:
hoy sólo
pasamos cocaína.
Hemos abierto
el diapasón,
y cruzan
las puertas de la percepción nuevos clientes:
políticos
abogados policías periodistas sacerdotes jueces.
Ha crecido
tanto la demanda
que el
negocio ahora de verdad marcha.
Semos gente
con niciativa.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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