PRÉSBICOS
Siempre
soñé con usar gafas. Colgármelas de la nariz aunque no hicieran falta.
Para
plantar buena fachada.
Ocultar
tras el grueso cristal del adorno innecesario
la delgada
capa de mis conocimientos,
que nunca
fueron suficientes ni pude estar a la altura
de sabios y
resabios que inundan las calles aconsejando, instruyendo,
dando
lecciones a diestro y siniestro.
Siniestro
yo me sentía con tanto experto diciendo que si esto que si aquello,
para que no
se me notara esto y aquello. Y todo lo otro.
De ahí que
necesitara yo mis gafas.
Gordos
cristales que deforman la imagen de este mundo de mierda.
Gruesa
montura de pasta que me tape la cara,
de
vergüenza.
Vergüenza
por no estar atento por no estar despierto por no tener más reflejos.
Vergüenza
de ver que todo es una vergüenza
De que sean
los primeros que comen y almuerzan,
los
sinvergüenzas.
Y vuelvan a
comer
como los
peces en el río revuelto ganancia de los más granujas.
Otra vez
más sinvergüenzas.
Por ello
quise yo en todo momento unas gafas
con opacos
cristales de color verde botella;
como las
botellas de vino que a mi salud se trincan los sinvergüenzas.
O color
granate cereza
como el
vino cereza gran reserva con aromas de bosque, reserva,
y sabor a
caviar y a ostras.
De esas que
se trincan a tu salud los sinvergüenzas y mira tú que no revientan.
Y es que el
pillaje y el saqueo no veas cómo alimentan.
Siempre quise
tener unas gafas para no ver ni ser visto.
Que no me
descubran que ni sepan que existo.
Que aquí no
vale la pena ver todo lo que nos cuesta entender.
Que a todos
nos crucifican y torturan y exigen
que sigamos
el ejemplo de ese que llaman cristo:
A nosotros
vinagre a ellos… ya lo he dicho buen vino.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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