lunes, 6 de mayo de 2013

LIFESTYLE



LIFESTYLE


Va a resultar que un cambio total de vida sólo es cuestión de proponérselo.
Soltar lastre y un providencial toque de suerte;
-nunca la suerte, la buena suerte, viene mal-.
Si bien tampoco sé qué es más extraordinario: ¿ésta o la providencia?

En mi caso una llamada telefónica. Miércoles de otra semana de mierda
cargando bloques de hielo para repartir por las casas. Los días pares bombonas,
que no bombones, para gente pobre como yo en bloques de viviendas
amontonados aquellos pequeñas éstas sobreocupado todo.

Un colega al que no veía desde los trece, él se fue por el delito yo por la vagancia
ninguno por el estudio, pidió mi colaboración:
necesitaban conductor rápido y llegado el caso temerario.
Yo era su hombre él ponía la gratificación: extraordinaria.
Por fin iban a dar el gran golpe que les retiraría de la circulación.
Puede que también a mí, curiosamente, circulando.
El objetivo una joyería. Yo esperaría fuera, doble fila con motor en marcha.
Sólo por lo primero ya me gustó.
Dos vaciarían la tienda uno encañonaría a los empleados.
Diez minutos bastaban para cambiarlo todo.

Así fue. Un perista belga nos compró la mercancía
a cincuenta kilómetros de la frontera nos detuvo la policía:
puto control rutinario de alcoholemia.
Con el maletero lleno de dinero a quién no le traicionan los nervios,
y el miedo a perderlo todo para volver donde siempre,
pero peor.

Entre todos se liaron a tiros mi acompañante murió allí mismo.
Pisé el acelerador: llegó ese momento temerario.
Las balas nos perseguían y zumbaban como abejas.
No tuvieron suerte los del asiento trasero:
a uno le abrieron la cabeza a otro le atravesaron el cuello.
Puso éste todo perdido de sangre, veinte minutos tardó en morir
para dejar el coche hecho un asco.
Lloriqueando como un niño y aterrado como un moribundo.

En una zona de descanso para familias y domingueros
con papeleras mesas y barbacoas
tomé mi mejor decisión:
me quedé las bolsas con el dinero y al coche le prendí fuego.
Crucé la frontera a pie entre montañas.
Hasta Niza me llevó un camionero. Nada me pidió por ello.
A Mónaco un taxista previo pago de su especial tarifa.

Habiendo tantos millonarios por metro cuadrado
no se me ocurrió mejor sitio donde vivir en la opulencia y con descaro
fuera costumbre y no mal visto.
A mi favor que no sería sino uno más entre ladrones, total camuflaje.
Un amable comerciante en fuga hacia la jubilación anticipada
me cedió el negocio a buen precio: diez por ciento de descuento
por pronto pago en efectivo. No hallaba forma de gastar tanta pasta.

Tres años regentando este negocio en al Avda. más comercial de la ciudad,
lujo luces excesos son su seña de identidad,
asesorando a mujeres hermosas con estilo y buen escote.
Con más de una también me he visto de noche. Por aquello de comprobar
en cuerpo y lugar cómo refulge mi género,
a la luz de la luna con el suave balanceo de un yate sobre las aguas del mar.
Con frecuencia tengo éxito y las que no, nadando me voy a la playa.
Siempre está cerca la orilla por si hay que saltar por la borda
cuando llega del barco el patrón.

Olvidé decir que mi negocio es una joyería:
me pareció lo más oportuno para ser agradecido a la suerte.
Pero no puedo negar que todos los días tengo un miedo,
casi diría razonable,
a que entren cuatro desalmados por la puerta

y a punta de pistola me atraquen.


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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