SERVICIOS PUNITIVOS
Hartita de no ser
famosa tomaste medidas drásticas:
cansada que tú estabas
de ser para los demás, nada.
O ser en realidad
alguien que a nadie gusta qué es.
Bruja de cuento triste
malvada en una novela mala.
Borracha en toda fiesta
la del zapato roto en el baile.
Protagonista en cada
funeral: en todos prendes el deseo
de ser la próxima en
enterrar.
Como esto no lo
esperabas tomaste, ya se ha dicho, medidas bárbaras.
Del balcón de tu casa
has colgado un cartel, donde todo el que pasa
en letras de colores
chillones pueda leer: ¡Aquí estoy yo!
Al lado de un altavoz
que a grito pelao reclama:
¡Deteneos mediocres
todos!, ¿aún no sabéis quién soy yo?
En el coche fúnebre que
conduces has tuneado con luces
un logo y tus
iniciales. Sobre el asfalto de noche proyectas
tu estela como las
estrellas.
La tuya será estrellada
que del mismo suelo no pasas.
Las farolas del barrio has
llenado de pegatinas
ofreciendo tus mejores
servicios: -Histérica a 24 h.
la chupa por cuatro
centavos-.
Por poco más te la
clavan.
No saben que por
capricho y por nada, a todos se la clavas tú.
Con cada día que pasa
pareces rejuvenecer. Es por ese fondo de armario
que has hecho
desaparecer. Hoy vistes como una muñeca
y te comportas igual
que una niña. Rabieta aquí pataleta allá
escenita en todas
partes.
Que sepan las
competidoras cuándo ha llegado la dama.
La dama más puta entre todas
las putas damas
que fingen ser una dama
cuando saltan de cama en cama.
Nadie ose a ti llevarte
a la cama, o no verá la mañana.
Por unas botas de marca
abandonaste las albarcas del huerto.
Otro error grave de cálculo:
no tenías costumbre no era tu número.
No te dejó el orgullo
contarlo.
Cambiaste los pies por
muñones, y así metidos en cascos
con gruesa herradura de
hierro fuiste a trotar por los campos.
Hablan que te perdiste,
allá por el lejano hostil.
Pues por oeste lo confundiste.
Dicen que ocho
cuatreros te secuestraron. Que te bajaron los humos
poco después de las
bragas.
Lencería fina la tuya
con que ocultar las espinas.
No gustó el truco al
grupo que prefirió a violarte, rajarte.
Cuentan y esto no sé si
es un cuento, que antes de degollarte
agonizante dijiste: ¿Es
que no ves quién soy yo?
Comentan distintas
fuentes y esto debe ser cierto
porque a la vista está
de cualquier viajero despierto,
que teniendo por cruz
dos palos de acacia sobre tu tumba,
alguien, tal vez un
caminante piadoso
tal vez tu asesino que
se apiadó de nosotros,
con un cuchillo talló:
Aquí está ella.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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