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miércoles, 15 de julio de 2009
14ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com
parecían perfectos. El que más le costó fue el ocho, se le iba al hacer el bucle y la salida era desastrosa. Los comparaba y veía que el suyo le quedaba barrigudo, desmañadamente inclinado. Con la práctica consiguió enderezarlo pero nunca alcanzó el sublime rizo del maestro.
Una vez que al difunto se lo llevaron, la abuela no le permitió entrar en esa habitación. Sólo ella, para limpiar lo que ya estaba limpio; pero sin cambiar nada de sitio. Incluso la tinta se secó en el tintero porque nadie le puso su tapita de plata. Y la pluma vertió su última mancha sobre un papel... lleno de números.
A Augusto no le quedó más remedio que acatar la orden porque sabía que su abuela, que fue tajante en pocas cosas, cuando le prohibió algo lo hizo de forma definitiva. Inflexible. Y a él ésta fue la primera de las tres cosas que su abuela le negó.
Del difunto, aparte de sus números, Augusto sólo recordaba la cara... cuando ya estaba muerto. Le miró con curiosidad, casi con satisfacción. La caja tenía un cristal y él se asomó para descubrir un rostro amoratado, al que parecía que le había desaparecido la carne. Piel, hueso, una nariz afilada, unos labios caídos, unas mejillas contraídas... Todo era distinto y parecía más pequeño. Por alguna extraña razón, de repente el difunto se había consumido.
Ésta era otra de las injusticias de la memoria: años que pasaron juntos para terminar siendo recordado por su cara buida.
Sin embargo, a pesar de la impactante imagen, él sonrió. Un muerto más, un competidor menos. La abuela ya era toda para él. Sabía que podía hacer con ella lo que quisiera. Como siempre, pero más.
El cuarto, que durante años fue suelo sagrado, tenía la mejor luz. Una ventana al patio y otra a los tejados: al ser la casa la más alta de cuantas la rodeaban, se mirase por donde se mirase siempre había tejados. Y desde el mismo día que la abuela murió él lo profanó. Paseándose con delectación por la nueva tierra conquistada. Todos estaban muertos, había vencido. Haría lo que le diese la gana con cada objeto, cada rincón; cada estancia de la casa.
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