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miércoles, 22 de julio de 2009
19ª PÁGINA DE MI NOVELA "EL AMOR ES ROJO PASIÓN". Disponible en www.bubok.com
tapándose los ojos; y en medio de las dos, en un contraluz hermoso y dramático, Vero, su hija.
A Augusto le dio un brinco el corazón; su boca, de normal sellada, permanecía abierta dejando entrever dos palas separadas, salientes y blancas; sus ojos como platos más que por la impresión, por el espasmo. ¡Vero estaba desnuda!
Gritaba de dolor porque se había quemado con la leche hirviendo que su madre cocía todas las mañanas; curioseando en la cazuela se la había echado toda encima.
Las miradas de Vero y la suya se cruzaron pero ninguno dijo nada; ella, porque el terror de ver cómo todo su cuerpo era una ampolla sólo le permitía gritar; él, porque la excitación de la secuencia de acontecimientos era un golpe de emoción tan fuerte que no quiso que nadie le descubriera siendo testigo de un hecho tan irrepetible, ¡tan emocionante!, como el que estaba viviendo. Para Augusto, tanto el furtivismo de la visión como ésta en sí misma le produjeron un inusitado placer. La mezcla de espionaje, con lo que ello tenía de perverso y oscuro, dolor, gritos y un cuerpo desnudo de mujer fue un revulsivo tan potente que casi se mareó.
Pero resistió. Permaneció observando, en silencio, extático, mientras Vero, que era sólo un año mayor que él, gritaba muerta de dolor y de vergüenza e incapaz de gesticular palabra coherente alguna que delatara "a los mayores" su presencia.
Él, que entendía la imposibilidad de defenderse que sufría Vero, aprovechó esta debilidad para agotar al máximo el acontecimiento, apurar hasta el último segundo la sublime imagen que a sus ojos desmesurados ofrecía el cuerpo desnudo de aquella chica; enrojecido e hinchado, con la piel que se arrugaba y se rompía por momentos; con el rostro descompuesto: todo él un puro grito. Vero era un lamento agónico y asfixiado; un suplicio interminable. Un tormento insoportable y expiatorio por unos pecados no cometidos.
Observó mudo y sin perder detalle cuánto dolor es el ser humano capaz de soportar. Allí estaba Vero, paralizada por el sufrimiento, ¡pero viva!
Oyó que su abuela decía algo y temeroso de que ésta le descubriera dio media vuelta y se fue escaleras arriba con el mismo silencio con el que había bajado. Una vez en casa, se dirigió a su desván y allí, aliviado, cerró los ojos.
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