De ella ahora recuerda su cuerpo de ensueño y su lengua bífida: dos idiomas le enseñó. Inglés y camboyano. Que habían de sumarse al italiano de la segunda novia, al francés y holandés de la primera en viaje de placer sin retorno financiado por sus padres como premio de consolación al final de su carrera, al fin que la terminó después de un último curso prolongado cuatro años tentativas todas sin éxito. Así que gracias a todas ellas y sus habilidades intelectuales el camarero malayo casi podía entenderse verbalmente con cualquiera. Y donde las palabras no llegaban tenía una solución inapelable: los puños. Subcampeón en peso medio del título para toda Asia. Sin duda, el camarero era el hombre para todo, todos y todas.
-¡Ponme otro té! Renji.
-Que no es Renji, mi capitán. Se dice Ranjit. Ran-jit.
-¡Pues lo que yo he dicho! Déjate de explicaciones y prepárame ese té.
-¿Rocas o hierbas?
-Hoy ponme rocas. Mejor en la taza que en la quilla del barco. Esta noche ha sido terrible.
-¿Mala mar? Yo he dormido como un lagarto.
-No, mala conciencia.
-¿Por qué mi capitán?
-Calla. Calla y sube el volumen.
“Must you dance every dance
With the same fortunate man?
You have danced with him since the music began
Won't you change partners and dance with me?”
El capitán se arranca en solitario unos pasos de baile al ritmo de la inconfundible voz de Sinatra. A todo vatio por los altavoces de la cantina mientras pasajeros asombrados no saben si reír o disimular.
¿Me acompaña, madeimoselle?
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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