VENERACCIÓN
Ella tiene a su marido
en un pedestal.
Un tarugo torpe necio
tosco. Como todos los tarugos,
qué esperabas.
Que le dio hijos
¿Hijos?
Bueno, dos hijas y un
primer señuelo falso:
son complicados los
comienzos para todos.
¿Para todos?
Que le contó mentiras y
le untó zalamerías:
otra forma dulce y
enmascarada de decir mentiras.
Que le dio algo de
gusto, poco, breve, torpe. Tosco.
Y más de un disgusto.
Que le dijo siempre
pide por esa boquita
pero siempre hizo esta
boca es mía.
Que le prometió la luna
y le pidió la vida.
Que a su lado estuvo
siempre no protegiendo sino pidiendo.
¡Vida mía!
Sí era suya la vida de
ella:
hazme esto tráeme lo otro
recuérdame aquello.
Sube baja quita pon muévete
estate quieta. Calla.
Vete. O vete y calla.
Ahora que no me haces
falta que para esta fiesta estoy mejor solo.
¡Saca la guitarra Juan
que yo traigo el acordeón y la armónica!
Me basto como
soplagaitas me sobro de muerde armónicas.
Doblo acordeones cuando
derrocho talento.
Ella tiene a su tarugo sobre un pedestal.
En una urna, hecho
cenizas.
¡Bien! Dijeron todos
cuando ocurrió.
Bien, dijo ella cuando
se decidió:
le prendió fuego al sofá
con su taruguito dentro.
Calentito él sólo se
dejó hacer.
Pensó que era un
braserito arrimado por su amorcito.
Nadie preguntó nadie lloró
nadie sufrió.
Tampoco él, que se
durmió abrazadito.
A su cojín, en su sofá,
al calorcito.
Ella mira a su tarugo
del pedestal.
Y siente paz.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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