miércoles, 5 de marzo de 2014

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte 112 (novela corta alargándose)



Ella tiene razón: el cuarto del capitán es puro caos y desorden. Aquejado de un Diógenes moderado, el capitán ha ido acumulando cualquier objeto, artilugio o mecanismo por ridículo o inútil que pudiera ser. Su foco delirante son las averías mecánicas en el barco, por eso guarda todo aquello que ligeramente recuerde a una máquina, o a un trozo de ella. Aunque también todo lo demás. Visto el escenario Fausto ha reservado rápidamente el armario como centro de su búsqueda, porque para el resto es como rebuscar entre un desguace de cachivaches domésticos y no tiene paciencia para tanta atención.


El enfermo también esconde su lado nostálgico, casi poético. Sobre la cabecera de la cama cuelga una docena de fotografías, blanco y negro, de diversos barcos comandados por él en anteriores expediciones. Fausto sabe apreciar la calidad de las imágenes y exclama: <>. Claro que ni él ni nadie más en el carguero conoce que están todos hundidos. Por una u otra razón, el capitán con su torpeza los había perdido en el fondo del mar. De los siete mares en realidad, que en eso fue muy generoso. Tanto como capaz a la hora de salvar el pellejo pues de todos había sido el único superviviente, obviamente. Hubo uno, un cascarón de madera con bandera somalí que empotró en un arrecife y que en apenas veinte minutos desapareció de la vista, del que sobrevivieron él y un cocinero. Quiso la casualidad que por una discusión acerca de un filete poco hecho estuvieran ambos en el momento crítico en el lugar oportuno. Pero el capitán no gustaba de testigos que pudieran contar sus desastres, así que despachó a puñetazos a aquel desgraciado hasta que soltó el cajón donde estaban agarrados. No sabiendo nadar, chapoteó como un perro con una piedra al cuello hasta que irremisiblemente se hundió; como un perro con una piedra al cuello: asesinado con toda la crueldad imaginada por su dueño. De esta forma, eliminando a todo aquel que pudiera narrar otra versión del naufragio, y cambiando de identidad tras cada desastre, conseguía hacerse nuevamente a la mar como experto marino al frente de navíos con dudosa reputación y sospechosas cargas.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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