GUANTES
Vestidos con chilabas y sandalias estuvimos vendiendo collares de plástico y bolsos falsos durante tres veranos.
El máximo tiempo tolerable hasta que cubiertos de insultos empujones pisotones y escupitajos, la foto de nuestros papeles y la nueva cara tras el proceso eran tan disímiles que la policía nos detuvo por usurpación de identidad a un emigrante por un indigente.
El texto de la denuncia era tan incongruente y la sentencia tan barroca, que la prensa sensacionalista vio negocio en echarnos una mano.
Y antes de echarnos definitivamente a las fieras del show business pagó las ridículas fianzas que pese a todo nos mantenían en aquellas jaulas para leprosos y otros apestados del sistema:
Judicial, mediático, social.
Acusador siempre.
Una oenegé ávida de crecimiento, repercusión y fondos nos echó el primer guante.
Tras un repaso epidemiológico y otro por el sastre, hizo de nosotros los seres respetables que nunca pretendimos.
Aún así, cumplimos el contrato y dimos numerosas ruedas de prensa en favor de nuestros benefactores. Cuando el filón de la compasión se agotó, y sus cuentas se llenaron, nos despidieron por la puerta falsa.
Nadie nos vio desaparecer ni nos echó de menos.
Tras dos raros meses de desorientación, un mediocre funcionario recién ascendido a director de banca por sus amistades en la política nos siguió la pista entre callejones y edificios en ruinas.
Era el Chicago de los ochenta y sobraban espacios abandonados por una ciudad en quiebra, técnica,
fuga,
de capitales,
y huida,
de autoexiliados.
Los altos ejecutivos mutaron a pandilleros sin tattoos y los índices de criminalidad cayeron como libido de desposada.
Reconvertidos en seres de otro planeta,
social,
y pregoneros de una nueva buena nueva,
económica,
proclamamos con natural escepticismo pero sorprendente credulidad entre los fieles que aquí había dinero y riquezas para todos.
Firmamos hipotecas, preferentes y otros cientos de productos preferentemente de riesgo durante más de una década.
Emigrantes sabios y resabiados, al fin y al cabo,
para cuando estalló el fraude legal,
y consentido,
ya teníamos nuestros veleros Latitude en las costas de otro país.
Con dinero en las bodegas y estas pateras de lujo, nadie preguntó ni pensó en echarnos el guante.
Entre piña coladas mujeres neumáticas y palmeras,
hoy gastamos como ricos vivimos como jipis decimos que somos de izquierdas y nadie hace preguntas.
El mayor riesgo es que un coco nos abra la cabeza, cosas de la gravedad y las alturas.
Estamos pensando en montar una aseguradora para hacer frente al respecto.
Y otro buen dinero como conclusión,
pues bien sabemos que de nada servirá todo esto.
Tenemos experiencia en hacer del humo un valor en alza.
Saldrá bien.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE