Enganchándose con desesperación y cobardía a su única posibilidad: una desfigurada grada hacia el cielo. Para una vez arriba volver a su infierno: privado, exclusivo, más ardiente que ninguno y con derecho de admisión. Y sin embargo ahora quería recuperarlo. Rescatar su tomavistas para seguir grabando ese mundo que tanto le asqueaba. Su pequeño mundo y la sociedad. La repelente sociedad que le ignoraba, y quizás por eso. Excepto con su cámara: gracias a ella descubrió que existía, pues o le insultaban o sonreían pero nadie era capaz de mostrarse indiferente, y aceptar la presencia de una cámara sin un cambio de postura o actitud.
Fausto sólo pretendía ser alguien, tal vez un pequeño alguien con una ridícula existencia en su diminuto espacio cósmico. Reflexionando sobre estas cuestiones, concluyó que esa parada de descanso entre sollozos escondido en un minúsculo cubículo de piedra de una mediana pared de roca de un vulgar acantilado parte de un largo litoral, fractal sobre el nivel del mar de un gran continente parte de un planeta, cuerpo celeste miembro entre trillones de trillones de otras masas espaciales flotando en un infinito universo de otros muchos universos posibles, no era sino otra metáfora del lugar que ocupaba en la tierra. Preguntándose una vez más cómo quería ser.
Cincuenta minutos más tarde, agotado físicamente, aniquilado psicológicamente, tiritando por un viento que no dejaba de soplar sobre su ropa mojada, hizo cumbre como un escalador. A gatas se adentró en tierra firme poco más de una docena de metros, y dejándose caer en el suelo como un plomo se quedó dormido sobre un colchón de hierba verde intenso iluminada por el sol. <
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
No hay comentarios:
Publicar un comentario