lunes, 9 de septiembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XLIX (relato alargándose)



O tal vez quería ser testigo de su despeñar pues se atrevió a piarle a modo de invitación al suceso. Quizás pensando: <> Y en diciendo esto alzó el vuelo. O mejor: pensando Fausto que el pájaro contaba aquello marchó por donde había venido, el aire. Aupándose con bochornosa sencillez en una térmica menos fría.

Con la voluntad del picador en la mina alcanzó un descanso inesperado sólo apto para valientes y merecedores: llegar a ese punto exigía un coraje difícilmente superable. Fausto se topó con él por sorpresa, pues desde la escalera la falta de perspectiva impedía adivinarlo en la distancia. Apenas tres metros cuadrados de piso llano desbastado por la herramienta del trabajador, pulido por el viento y resbaladizo por la lluvia. Líquenes se habían adueñado del lugar pero Fausto pisó sin precaución, considerándose lejos de peligro. see deslizó y cayó. Con la cabeza colgando hacia el vacío. Permaneció inmóvil, aterrado nuevamente. Sin atreverse a mover un músculo, ni siquiera respirar so pena de irse en picado hacia una muerte segura. 

Pasaron diez minutos en esa postura que le parecieron años, mirando a los ojos de la muerte, sintiendo su aliento frío en la cara. Le sangraban las manos, e interpretó que era una señal de que el fin estaba cerca. En realidad, ese aliento frío no era sino brisa ascendida a categoría viento por la mayor altitud. Y la sangre procedía de los cortes hechos con los mejillones y las aristas de piedra. Tanto se había anclado a los escalones, manchándose con verdín y musgo, que el rojo se cubrió de verde sucio y se había olvidado del dolor. El instinto de supervivencia bloquea toda la información de carácter secundario: primero se ha de salvar la vida, luego toman fuerza las mariconadas. Quizás por esto le entraron ganas de llorar.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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