viernes, 6 de septiembre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XLVII (relato alargándose)



El suicidio es una opción la muerte por accidente una fatalidad. Según el caso, una idiotez. Y no estaba dispuesto a que quienes no le conocían llorasen al pobre desdichado qué mala suerte tuvo que se cayó por la cornisa con lo buen hombre que era con toda la vida por delante qué pena más grande qué injusta es la vida siempre se van los mejores.

Ni soportaba ni entendía ese duelo obligatorio por el difunto desconocido congregados todos en torno a una capilla: parientes muy lejanos amigos perdidos y personajes nunca saludados. Una suerte de ritual colectivo similar al del soldado anónimo pero sin los méritos. En su caso prefería la indiferencia o el olvido: eran más sinceros. Por el suicida, en cambio, cada cual reserva su opinión. Ni comprenden ni comparten, pero tampoco lloran ni critican la acción.

Con todas estas reflexiones, un poco de racionalidad y el pulso más relajado, debía continuar. Si fracasó en el intento de quitarse del medio quedaba la alternativa de tener éxito en dejarse donde estaba y seguir con su vida con la cabeza más o menos alta. Según la época. Despeñarse de forma tan estúpida no estaba en sus planes, menos aún ser recordado como el idiota que quiso bajar por la escalera, cosa hoy imposible todos lo saben, y se cayó. Porque lo que nadie habría sospechado jamás es que no estaba bajando, sino subiendo.

Para evitarlo adoptó la regla más elemental y valiosa de la escalada: los tres puntos. Que consistía en afianzar siempre tres miembros, manos o pies, antes de mover el cuarto libre. De forma que en caso de perder algún apoyo aún quedara el sujeto asegurado en dos: mano y pie, las dos manos, según fuera la cosa el despiste o la suerte. Así, clavando las uñas entre el musgo, atrapándose los dedos en la menor grieta, y pisando con las botas cruzadas longitudinalmente a la pisa, clavando fuertemente los cantos contra el más pequeño saliente despellejado a la piedra erosionada, ascendió otros treinta metros.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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