BONUS TRACK
Como todo libro que se
precie, se regale preste o robe que esto del arte va siendo una cosa de poco
valor para la mayoría inmensa, hemos organizado un evento para la presentación
del objeto; también conocido como Obra. Categoría, óigame usted que donde hay
clase hay… ¿alumnos, profesor, asignaturas? Lo que sea, pero aquí estoy yo.
Nervioso como una dama de honor. ¿Señor de honor en este caso? Ya se verá, el
honor como el valor se le supone. Lo que sí veo es que me estoy devorando las
uñas, y los pellejos y las yemas, por el acontecimiento. Que no será noticia
nacional pero tal vez sí local. Por lo más humilde hay que empezar si queremos
llegar a lo sublime.
En eso estamos. Para
ello he rebuscado entre los renglones de todas mis agendas los contactos de
esos que llamo mis amigos, aunque esta afirmación esté aún por demostrar. Y
conocidos y los conocidos de los conocidos y los que no lo son tanto ni
siquiera un poco. Hay que llenar el garito por cualquier medio, incluidas zalamerías
reverencias invitación lisonjera u humillación en cualquier grado; no es este
momento de mostrarse altivo. Ni siquiera asertivo. A todos he invitado,
suplicado más bien, con la sutil insinuación de que pueden venir acompañados.
Mejor cuanta más gente, para que hablen y hablen. No importa que lo hagan mal,
que cuanto más se habla más salta tu nombre de boca a oreja y esto es lo que se
busca: primer peldaño de la escalera con tropiezos hacia la alta sociedad. O la
baja suciedad, pero que haya fama de por medio. Que la fama trae el dinero el
dinero los amigos los amigos las oportunidades. Y éstas la felicidad. No seré
yo un espécimen tan raro que reniegue a ser feliz, de modo que bien venido sea
todo. Por ello, en eso estamos.
Y digo estamos porque
en la carrera del tesoro editorial hay un detalle alfanumérico que conviene
recordar: el milloncejo de nada en ventas que asegura la supervivencia de
escritor y editor. Por el camino de la mano vamos míster Diego Lara De Riaga y
este… ¿humilde servidor? Nada me gusta la expresión porque basta con mirarme a
la jeta para ver que de ésta no me falta, si vivir del cuento busco no puede
haber cara más grande, pero la suelto para mostrar una modestia que es tan
falsa como todo lo escrito. Y además estorba. La competencia, y los invitados,
no deben conocer el objetivo final o de lo contrario el rechazo será unánime y
nos quedaremos en el rellano. Nada de escaleras arriba, de ahí toca bajar de
nuevo y eso jode mucho. Es algo así como la política: vótame y luego ya haré lo
que me dé la gana. Y al igual que un candidato honesto y trabajador en periodo
electoral, mi equipo y yo hemos mandado invitaciones, votos, hasta agotar
libretas de direcciones.
Ah, por fin, ahí viene
Diego. Ya me estaba dando un pálpito, si me deja solo me hunde. Qué cabrón, en
una limusina. Espero que sea a su cargo y no lo incluya en gastos de
representación, o me tocará abonar el 35 %. Y en tanto no llegue ese millón de
ventas que digo, la cosa está muy apurada. No paso de ser clase media retrasada
descendida. Bien sabemos esta gran mayoría de esclavos cómo van las cosas.
-Hola Kristoff, ¿qué
tal estás?
-Hola Digo. Yo tenía
razón: ¡eres más alto! Y más joven.
Diego, mi valiente
prudente editor, y yo, nos conocimos por ese tonto invento llamado feisbuc.
Nunca nos hemos tratado personalmente pero son cosas que ocurren con esto que
llaman nuevas tecnologías: nos separan del cercano y nos acercan al lejano. ¿Radicará
su éxito en la búsqueda constante de la amistad, el respeto, la admiración y el
amor? Dicen que su captura también aporta felicidad, así que algo debe haber.
Pero de Diego no me
interesaba esto, primero son los negocios ya se verá si también procede ser
amigos, sino su editorial. Como escritor promesa, por definición frustrado, en
un día de hartazgo especialmente satisfactorio, ¿debería decir
insatisfactorio?, mandé por el feisbuc ese docenas de mensajes casi víricos a
editoriales y agentes literarios ofreciéndome como chapero nuevo en el barrio. Si
el cuerpo puede ser moneda de cambio para objetivo cualquiera, ¿por qué no este
de las letras y su milloncejo en ventas? En la escalera de la fama y el éxito
hay rellanos exclusivos para la sodomía: sucios, mal iluminados y muy
concurridos. Más cuanto más bajo es el piso, que la prostitución también tiene
sus elegancias. Yo aún no he pasado del primero así que ya imaginarán. ¡Estoy
considerando participar en el próximo desfile del orgullo gay! Seré un hetero
reconvertido, y ya se verá si vuelvo que corren tiempos donde hetero es sinónimo
de hombre, y los hombres estamos muy mal vistos. Tanto por mujeres, que primero
nos follan o se dejan follar y después nos acusan de machistas, como por gais.
Diría que casi por lo mismo.
En esa primera andanada
de mensajes solicitando unas migajas de atención, se interesó Diego. Con
condiciones, no le culpo. No corren tiempos para ser un incondicional, que cada
uno debe salvar lo suyo y siendo poco peor es nada.
-Sí. Eso parece, pero
sólo una pizca.
-Una pizca a tu favor,
no al mío. Que sumado a que también eres más joven la constatación evidente de
mis sospechas son un pellizco para mi orgullo.
-¡Hablas como un
escritor!
-Voy aprendiendo. Todo
es meterse en el papel. A mi edad, o hago carrera rápido o me quedo en el
intento. No tengo tiempo que perder, hay en mí más pasado que futuro. ¿Vienes
solo? ¿Creí que te acompañaría Teresa?
-¿Mi novia? Ella viene
en su moto. Ha de marcharse pronto, tiene una conferencia en la cámara de
comercio. Sobre el vino rioja, su futuro en el mercado africano y las propiedades
antioxidantes.
-Qué cosa más rara.
-Los bodegueros, que
con esto de la crisis han tenido que reconducir sus exportaciones y
reinventarse razones para que bebamos más.
-Ya, pero yo preguntaba
por la maquetista. No sabía que tu novia también se llama Teresa.
-Ah, perdón. Ella viene
en otro coche.
-¿Otra limusina?
-Sí, la imagen sabes
que es muy importante en estos actos. Hemos de pensar a lo grande si queremos
ser grandes.
-Ya, ya. Debo mejorar
ese punto. Pensar que yo he venido en autobús… Por el ahorro.
-Si no te ha visto
nadie… Déjame un momento que la llamo. Ella trae los ejemplares para la mesa y
mi discurso.
-¿Tu discurso? Qué
profesional te veo.
-Soy el editor, me debo
a la imagen de acto serio.
-Ya, pero pronunciar un
discurso…
-Piensa que a mí me
basta con leer. El que tiene que inventar y convencer de su ingenio eres tú. ¿Has
pensado algo?
-Pues no… La verdad es
que
-¡Joder! ¡El teléfono!
-¿Qué pasa?
-¡Que he perdido el
teléfono!
-¿Pero otra vez?
-¡Otra vez! ¡Sí!
¡Joder! ¡Lo he olvidado en el techo del coche!
-Eso me suena.
-Y tanto, ya van tres.
¡Todo por culpa de la tía esa que me persigue a todas partes!
-¿Quién, tu alumna de
los ojos verdes? ¿No quedamos que ella se había fijado en mí?
-Sí, sí. Ella está
colgada por ti. ¡Es su madre la que me persigue!
-¡No jodas!
-No. Pero es porque me
niego, que si fuera por ella… Ya me hizo una encerrona en el colegio y no
quiero problemas.
-¿En el armario de la
ropa?
-¿Cómo lo sabes?
-Yo le sugerí la idea a
la hija.
-¡Serás cabrón!
-Sí. Esto por ser más
joven y alto que yo, te fastidias. Ahora estamos en paz.
-Uhm… No diría yo tanto.
Sospecho que este podría ser el fin de una bonita amistad.
-O el principio de una
mala relación. Cualquier excusa es buena para enemistarse.
-Cuando hay voluntad,
hay voluntad.
-Así es.
-Bueno, dejemos las
carantoñas para otro día que hoy hemos venido a presentar tu libro.
-Tienes razón. ¿Has
visto el teatro?
-Sí, cómo no. Es lo
mejor de Logroño. Elegante y sin excesos. No será el Liceo pero aquí somos
gente contenida.
-Tanto mejor. Ni
puñetera falta que os hace un Baluarte como el de Pamplona. Esos navarros
siempre se han creído superiores a los riojanos. Y todo por cuatro encierros,
la nostalgia de Hemingway y unos fueros que tienen más prensa que efectividad.
Claro que el Gayarre es una vergüenza, si se quema un día será una fiesta. Aquí
habéis dado con la medida justa.
-Ya te lo he dicho, gente
moderada. Ah mira, aquí viene Teresa.
-¿Tu novia?
-¡No hombre! La
maquetista.
-Ah. Pues así entre
nosotros, ¿tiene una aire a lo Kate Moss, no te parece?
-No sé… ¿De Aragón?
¡Hola Teresa!
-Hola Diego. ¿Qué
decías de Aragón?
-No, nada. El frío que
tienen allí. Mira te presento a Kristoff, el autor.
-Hola, qué tal.
Encantada.
-Hola.
-Sabía que eras tú.
-Claro, aquí los dos en
la puerta pelándonos de frío…
-No, no es por eso.
Diego tiene muchos amigos. A la pobre Teresa la tiene aburrida cuando van
juntos por la calle. No se puede dar diez pasos con él que ya le está parando
alguien. Entre la universidad, la editorial, el grupo de teatro… Un horror. No,
a ti te he conocido por el perfil de feisbuc. Estás igualito.
-¿Ah, sí? ¿Lo has
mirado?
-Sí. Tenía curiosidad
por ver la cara del que escribía esas cosas que nos mandas a la editorial.
-¿Cosas?
-Sí, cosas.
-Ya. ¿Y salgo
favorecido? Soy muy fotogénico.
-Pues la verdad es que
sí. Al natural no vales mucho pero en papel ganas. Estuve dudando de poner tu
foto en la solapa… Qué se le va a hacer, ¡no se puede tener todo! ¿Verdad?
-Qué simpática es tu
maquetista, Diego.
-Lo sé. ¿Has traído los
ejemplares?
-Sí, aquí diez para la
mesa. En el coche tengo dos cajas para venta. Si no os importa traerlas… el
chófer está esperando.
-Ve tú Kristoff,
mientras nosotros entramos a preparar la mesa.
Hace bastantes años que
empecé a sospechar que yo tenía cara de gilipollas. Y unos pocos menos vino la
confirmación en una reunión de antiguos alumnos cuando, después de unos
combinados, todos empezaron a sincerarse. Se sabe que nada desinhibe tanto como
el alcohol. Fue entonces cuando me enteré de las variopintas razones que
aquellos ex compañeros tuvieron para amargarme la existencia en aquel tiempo
pasado de adolescencia perdida y juventud temprana. Todos ellos unos auténticos
hijos de puta. Hasta hoy, que normalmente soy el último en ser atendido o el
primero cuando se trata de repartir tareas.
Tal es el caso: después
de tres viajes cargando las puñeteras cajas con libros, mis libros, del
maletero a la puerta del Bretón, sé que mi suerte ya no va a cambiar. Hay quien
nace para confiable chico de los recados, y con seguridad mi empeño en ser
escritor no será sino otra frustración. Quizás deba asumir de una vez que mi
destino puede que sea el de porteador. Ya descompuesto, el conserje parece
apiadarse de mí y ofrece echarme una mano. Accedo gustoso. Dos minutos más
tarde saca una carretilla paquetera del fondo de un armario, me la entrega y
vuelve a la butaca desde donde controla la puerta y el hall de entrada. A sus
pies una estufa eléctrica, casi deseo que se electrocute con ella. O sin casi.
Cargo las tres cajas en la carretilla y voy tras los pasos de Diego y Teresa.
-Ah, qué bien. Ya están
aquí los libros. Ponlos en esta pequeña mesa de aquí para que la gente los vea.
Teresa es la encargada de su venta.
-¿Los firmarás, no?
-Si la gente quiere…
-Mira este, ¡pues claro
que la gente quiere! ¿O te crees que vienen aquí para ver tu cara? No, no. El
público busca el fetiche. Leer o no es otra historia, y lleva mucho tiempo.
Pero la firma… La firma es una cosa rápida. Tú sé amable. Unas sonrisas y
fuera.
-Bien, esto ya está. Tú
en el centro, yo a la derecha y Carmen a la izquierda.
-¿Quién es esa Carmen?
-¿No has oído hablar de
ella? Carmen The Doors, una poetisa, actriz, performance, video artista,
comisaria y animadora cultural muy buena con más de dos mil seguidores en el
feisbuc. Declama como nadie. Luego vendrá… ¡Si tuviera mi móvil!
-Yo he hablado con ella
antes de salir, Diego. Ella y Teresa vienen juntas.
-Ah, perfecto. Ya sabes
cómo va esto Kristoff. Yo abro, leo mi discurso, elogio por aquí y por allá, y
después entras tú.
-¿Entrar? ¿No has dicho
que estoy en la mesa contigo?
-¡Ay, por dios! Quiero
decir que hablas tú.
-¿Y qué digo?
-Ah, eso es cosa tuya.
Ya te he dicho que a mí me basta con leer. Tú en cambio tienes que parecer
original y ocurrente. Lo que sea pero no me hagas el ridículo que nos hundes. Hemos
invertido mucho dinero en tu obra para que ahora lo eches a perder.
-¿Invertir? A mí me lo
vas a decir que llevo toda la vida gastando.
-Es la hora, vamos a la
puerta a recibir a la gente. Nos vemos, Teresa. Tú procura que se vayan
sentando por ahí, ¡y que respeten los asientos reservados!
-Eso está hecho, Diego.
-Hasta luego Teresa.
Salimos del patio de
butacas hacia la puerta principal, me voy rumiando por qué Teresa no se despide
de mí. Creo que no le ha gustado eso de Kate Moss... ¿Cómo se habrá enterado?
El personal del teatro
tiene por costumbre extender una alfombra roja por las escaleras de acceso.
Quizás por eso del glamur las personalidades el papel cuché… Trivialidades que
nos hacen yonquis de la superficialidad y la adoración del público. Aunque
siempre me pregunto qué convierte al tafetán rojo en el favorito para el
espectáculo. Alguna leyenda de sangre habrá detrás de todo esto, seguro. Si me
hubiera informado al respecto ya tenía la entrada para mi actuación. O quizás
pueda hacer de mi ignorancia un chiste, que lo es. Al público le gusta la
autocrítica, no la del público, sino del bufón que lo hace. Y que éste se ría
de uno mismo, que dicen es muy sano. Aunque no creo que acepten de buena gana
que me ría de ellos, tampoco hay que pasarse de sanos.
-¡Mira qué bien, aquí
están Carmen y Teresa!
-¿Pero a Teresa no le
has mandado quedarse dentro?
-¡No, hombre! ¡Mi
novia!
-Ah, perdón.
-Tú te pones a ese lado
y yo me quedo aquí. Así los recibimos a todos. Yo te iré diciendo sus nombres
según llegan y nos presentamos, ¿vale?
-Como gustes. Tú
primero, que conoces a la gente.
-He invitado a la
consejera de educación, al alcalde y la concejala de cultura del ayuntamiento.
-¡Qué bien!
-Sí, pero no vendrán.
No te hagas ilusiones que a ti no te conoce nadie.
-Ya. ¿Y la prensa?
-Tengo una amiga en el
diario de Logroño. Dijo que tenía una rueda de prensa y luego se acercaba. ¡Si
tuviera mi móvil! Hoy juega el logroñés.
-No sabía que te
gustara el fútbol.
-No, si no me gusta,
pero si han de elegir entre el partido o tú... Es fácil.
-¡Yo!
-Sí, eso precisamente.
¡Aquí han llegado mis chicas! Un beso cariño.
-Hola Diego.
-Hola chicos. Buf, ¡qué
frío!
-Hola Carmen, ¿cómo te
va?
-Peleando chico.
Siempre peleando.
-Os presento a
Kristoff. Carmen, Teresa.
-Hola, qué hay.
-Hola. Así que tuyos
son los textos que debo leer.
-Sí, supongo.
-Este Diego lleva un
mes pasándome correos con ellos.
-Pero yo no tenía ni
idea, Diego dice que eres poetisa.
-Lo soy, sí. Aunque
nada que ver con lo tuyo.
-¿Te gustan?
-No sabría decirte.
Siempre dejan un poso de amargura y pesimismo. ¡Y con el mío me basta!
-Ya, puede ser.
-No te preocupes
Kristoff, Carmen es una profesional y ya puede leer las esquelas del periódico o
la lista de la compra que el público se entusiasma.
-Cariño, me ha llamado
Ana, dice que no te puede localizar.
-¿La concejala? ¿Qué
quería?
-Confirmar la
presentación en el teatro. Pensaba que era en el café Bretón.
-Mira que la tía es
mema. Le pasé un mail ayer mismo con la hora y el lugar.
-Igual no lo ha
recibido.
-¡Es el tercero en dos semanas,
joder! No se puede, con estos no se puede.
-No te enfades, cariño.
Sabes cómo son estas cosas. Tranquilo que yo le he dicho que era en el teatro.
-Concejalas de cultura,
qué vas a esperar. Chicos ahí viene gente, esas caras me suenan.
-Tienes razón Carmen.
Oye cariño, aquí hace mucho frío, nosotras nos vamos adentro.
-Sí, sí. Vámonos.
-¡Hablad con Teresa,
ella sabe dónde hay que sentarse!
-¡Vale, vale!
-Hasta luego.
Se alejan las mujeres y
nos dejan a ambos lados de la puerta, como conserjes pero sin estufa. Aquí a
pasar frío y recibir a los invitados. Y quizás amigos. No se me escapa el
detalle de que se han despedido sólo de Diego. Más aún, la conversación parece
haber girado en torno a un asunto del que se diría que yo no formo parte.
Debería dolerme pero la indiferencia que provoco en los demás, si es que esta
contradicción es posible, es una constante. Ser recadero es lo que tiene: te
vuelve transparente. Apenas te ven cuando les pisas los pies. Me he convertido
en el perfecto don nadie necesario para cualquier reunión: gracias a tipos como
yo destacan los demás. Como beneficio secundario diré que esta abulia social
cambia mi nerviosismo por desilusión: un relajo conveniente. Nada espero de
este acto como de ningún otro. Asumo que mi perseverancia jamás será
recompensada y que tan solo lanzo el hilo de pescar en un río muy revuelto,
donde el pescado más grande no siempre muerde el cebo que contiene más
talento. Eso que llaman éxito y
reconocimiento está más próximo a las influencias y los contactos oportunos que
a la valía del sujeto o la calidad de su trabajo. Y la suerte, caprichosa como
una gota fría, es demasiado aleatoria para contar con ella. Con el tiempo ya me
he convencido de que somos demasiados para todo y de que mi sitio es el
estanque, quizá con los peces chicos. Si viniera la periodista con el respaldo
de un diario nacional tal vez algo saliera de aquí, pero la prensa también
tiene sus servidumbres. Nada hay gratis hoy y este tipo de gestos de la fortuna
son pura lotería: hay que comprarlos.
Estos pensamientos me
producen una gran tristeza, la decepción es inevitable. Aunque anula el
nerviosismo y bloquea cualquier delirio presuntuoso. La arrogancia es la fulana
del triunfo. Diego me mira, me pregunto qué pensara. ¿Quizás que estoy contento?
Es tan difícil hacer llegar a los demás lo que sentimos. Y en ocasiones tan
poco apropiado. Siempre escondidos tras la educación, la timidez o la
prudencia. Barreras necesarias para que no huyan.
-Buenas noches, pareja.
Octavio y Adamina, os presento al autor, Kristoff.
-Hola Diego. Vaya frío,
vamos entrando si no te importa.
-Adelante, adelante.
-Buenas noches.
-Hola buenas noches
caballeros. Les presento al autor, Kristoff. Aquí 179 y 183 cm. Ah, qué
sorpresa, ¡con ustedes también 159! No le esperaba, creí que había fallecido.
-Pues ya ve que no.
Vamos, 159, entremos.
-¡Señora Leocadia! ¡Qué
honor tenerla a usted aquí! No sabe cómo le agradezco el esfuerzo, sé que no le
gusta salir de casa. A su edad es comprensible. ¡Deme, deme un beso!
-Gracias majo, qué
guapetón es usted, Diego querido. ¿Lo ves Horten? Te dije que este chico te
convenía. Mira majo, quiero que conozcas a
-¡Abuela! Deja al
caballero y pasa. Discúlpala Diego, sabes que ha perdido la cabeza.
-No te preocupes
Federico. Lo sé. No hay problema. Mirad, os presento al autor. Kristoff, aquí
tienes a Raquelita, Lorca, Toñín, Román y Jacinto. Han venido todos, qué
maravilla. Gervasio, también usted.
-Sí joven, estamos
todos, ¡pero menudo viajecito! ¡Quinientos kilómetros! Abajo tenéis el taxi
esperando, hay que pagarle. ¡Nosotros demasiado hemos hecho con venir!
-No se preocupen por el
taxi, los gastos de representación son cosa nuestra. Kristoff, ¿quieres bajar a
pagar? Ya ves que estoy ocupado.
-Vale, vale. Ya lo he
entendido.
-¡Espero que no te
importe! ¡La representación, ya lo sabes!
-Sí, sí. Claro. Tu
imagen.
Pienso que esto de las
artes es una leche. Se pasa uno la vida sacando la cartera, pero para gastar,
no cobrar. Los cuadros, las exposiciones, los libros, las invitaciones, los
carteles, el cóctel, las comisiones. Los sobornos. Todo es pagar, pagar y
pagar. Y aquí no hay banco que te avale ni nadie que te respalde. Todo corre de
tu cuenta. Y cuando se arrima alguien es para sacar tajada. Lo peor es que si
no pones la pasta por delante, no ocurre nada. Y luego tienes que oír, ¿por qué
no expones? ¿Por qué no publicas? ¿Por qué no te presentas a los concursos?
¿Por qué no esto o lo otro? Todos saben lo que tienes que hacer, pero mira por
dónde que no les sirve para ellos, pues la mayoría de los que hablan lo hacen
desde su mediocridad y su anonimia. No te jode, dame tú la pasta y verás todo
lo que hago. Pero no, a soltar.
Al taxista, doscientos
ochenta euracos y con rebaja, por haberme dado cuenta de que tenía la licencia
caducada; a joderse tocan. Como ya me jodió él a mí lo que me queda de mes. Así
andamos todos en este tiempo hostil, puteándonos unos a otros como antídoto
contra el gobierno: el mayor jodedor.
Observo desde aquí la
llegada de invitados. Tiene razón esa Teresa: Diego parece tener un gran poder
de convocatoria. Herramienta clave para triunfar en el mundo de los negocios,
arte incluido. Pues ¿qué arte sobrevive si no hay dinero en el intercambio? A
mayor dinero más interés, a más interés más repercusión mediática, más dinero,
mayor probabilidad de que esas obras no caigan en el olvido o duerman el sueño
de los justos, en un cajón de escritorio en cualquier buhardilla ruinosa. Ya
sabemos que el arte es una actividad de poca demanda, pero cuando hay pasta
gansa detrás el interés mejora muchos enteros. O ceros. También veo que no ha
aparecido ninguno de mis invitados… Ya se sabe: el frío el logroñés las
ocupaciones el trabajo la economía chunga. Cualquier razón es buena para
desistir de un acto cultural. Siendo la más prescindible de las actividades
humanas, ¿hay alguien a quien le importe la cultura? Mucho más relevante son
comer y vestirse, por ese orden de supervivencia. Todos somos hijos de
supervivientes, del pasado sin gloria, y padres del futuro sombrío. No sé si
enfadarme o pasarme a su lado y marcharme yo también. Al fin y al cabo, ¿no es
el modo en que nos adaptamos para sobrevivir otra forma de cultura? Hemos
cambiado su significado pero seguimos siendo básicos, no tan elevados.
Ahí viene otro tropel
de gente con ropa de camuflaje. No sé si van al teatro, a una fiesta de
disfraces o a luchar a Afganistán. Es raro todo esto, pero el caso es que
algunas caras me suenan. Incluso los nombres de los amigos de Diego, que parece
conocerlos a todos, también me resultan familiares. Vuelvo a la puerta, o me
perderé el espectáculo de recibir a unos invitados que hacen todo lo posible
por ignorarme. Cuando no me miran de malos modos. No sé…
-¡No-Ah, querida! Creí
que no vendrías. Cuánto me alegra que hayas cambiado de opinión.
-No te hagas muchas
ilusiones Diego. El cabreo no se me ha pasado, ¡y ahora que le veo el careto al
tipo este todavía me enfado más!
-Tranquila No-Ah. Sólo
es un libro. Pura ficción. Te tomas las cosas demasiado a pecho.
-¿A pecho? ¡Diego
joder! ¿Te estás metiendo con mis pechos? ¡Mira que me voy al juzgado ahora
mismo y os pongo una demanda que os entierro!
-¡No, no, no! Perdona,
ya sabes
-Diego quería decir que
te tomas las cosas demasiado en serio.
-¿Y tú quién eres para
dirigirte a mí, soplapollas? ¿Acaso me conoces? ¡Por eso he venido, para
dejarte las ideas claras! ¡No me parece a mí que las tengas mucho! ¡Hombre
tenías que ser!
-Tranquila No-Ah. Él no
tiene la culpa, sólo es un redactor. Los personajes le dictan la narración, ya
sabes cómo funciona esto.
-¡No, no lo sé ni
quiero! ¡Un mono, eso sí sé que es! ¡Maldito imbécil! Me voy para adentro que
sólo con verle la cara se me ponen ganas de ir a ver a la jueza de guardia, es
amiga mía y... Pero hoy he pasado consulta con mi psicoanalista y me siento
pacífica.
No sé qué tiene esta
No-Ah contra mí, pero casi prefiero a los indiferentes. Irradian y provocan
menos agresividad. Diego parece que está acostumbrado a estas cosas, sigue
saludando a los invitados con la mejor de sus sonrisas, y he descubierto que
tiene muchas. Estrategia útil para este mundo de constante provocación: una
pátina de conveniente amabilidad resuelve cualquier situación por complicada
que se presente. Un trabajador de paquetería urgente se acerca, arrastra
jadeando una carretilla cargada de cajas. Se diría que se toma muy en serio sus
urgencias. Lo que se entiende por un profesional comprometido. Es evidente que
está cansado y agobiado, no sé si por el esfuerzo… o por la urgencia.
-¿Diego Índice Del
Caudillo?
-Perdone caballero,
creo que hay un error. Editorial Índice Del Caudillo. Diego Lara De Riaga soy
yo.
-Lo que usted diga,
traigo transporte urgente. He tardado unos segundos más de lo previsto porque
no estaba claro si la dirección era Café Bretón o Teatro Bretón. ¡Podían
ustedes especificar un poco más! ¡Que luego nos reprochan a los profesionales
cada minuto de demora en la entrega! Y se me hacía raro que el paquete fuera
para aquí. Aunque bueno, quién soy yo para opinar.
-¡Ah los quesos! Sí,
sí. Es aquí, perfecto.
-Le he llamado por
teléfono al número que me han dado en la oficina, pero no me ha cogido nadie.
Para decirle que llegaba con cuarenta y siete segundos de retraso, ya puede
disculpar. Aquí tengo las hojas de reclamaciones por si quiere hacer uso de sus
derechos fundamentales como consumidor.
-No, no. No será
necesario. Descuide usted. Todo está bien.
-Entonces firme aquí
por favor.
-Ahora mismo. Ay el
teléfono… si yo le contara…
-Deje, no se moleste.
Con mis problemas ya tengo bastante, si le parece otro día con más tiempo. Aún
me quedan diecinueve entregas antes de las veintidós cero cero horas.
-Veo que es usted muy
estricto con el horario.
-No se imagina cuánto.
La vida me va en ello.
-Vaya… Casi me preocupa
usted.
-Pues no lo haga. No
vale la pena. Adiós.
-Adiós.
-Adiós. ¿Quesos?
-Sí. He sacado al
mercado una línea de quesos de colores que está siendo un éxito. ¡Más que los
libros!
-Eso no me sorprende,
comer siempre fue más acuciante que la información o la cultura.
-¿Y para qué los
quieres?
-¿Los libros?
-No, hombre, los
quesos.
-Ah, perdón. He pensado
colocarlos en un extremo de la mesa. Un poco de promoción no me vendrá mal,
espero que no te moleste.
-Yo creí que veníamos a
hablar de mi libro.
-Sí, por supuesto. Tu
libro es lo más importante. Esto de los quesos quedará como algo anecdótico,
residual. No te preocupes, lo haremos encajar bien. Teresa es una experta en
marketing.
-¿La maquetista?
-No, mi novia.
-Ah, pues mira qué
bien.
Pienso en esa Teresa, y
recuerdo que su cara me ha resultado familiar. Antes he sido incapaz de
asociarla a algún nombre conocido. Pero ahora, no sé por qué, al hablar de los
quesos… He encontrado la llave del recuerdo oportuno: Amelie. Su novia se
parece a Amelie, la misteriosa protagonista de mirada enigmática y sonrisa
indefinible que cautivó a media Europa y toda Francia con su papel en aquella
película. Sí, me siento aliviado ahora que he encontrado ese parecido razonable.
No creo que haya cosa que me inquiete más que haber visto a una persona en algún
sitio y no recordar dónde. Como si fuera espiado. Amelie, la película, sí.
Aunque riojana y con el pelo más tostado.
-Gastronomía y cultura
se complementan, ¿no te parece?
-Si tú lo crees. Pero
de qué estoy hablando, ¿no dicen que torear es cultura? Entonces todo es
cultura.
-¿Te molesta? Porque si
lo ves mal nos olvidamos.
-No, no. Qué más da.
-¡Mr. Freig, qué
sorpresa! ¡Yo le creía en el espacio en su viaje infinito!
-Poco faltó, querido
Diego. Pero aquí estoy. El accidente me dejó sordo del oído derecho y me
jubilaron.
-Lo lamento. Quiero
presentarle al autor, Kristoff.
-No se moleste, ¿no fue
suya la estúpida idea de la explosión?
Entro si no le importa, aquí percibo un aire incómodo.
-Ningún problema.
Dentro hay personal para ayudarle.
-¡Oiga no se confunda! ¡Que
no soy ningún inválido! He recorrido millones de kilómetros en solitario por el
espacio, así que unos metros aquí dentro no pensará que van a suponer un
problema para este viajero curtido en cien galaxias.
-Discúlpeme la torpeza.
Tiene razón.
-See you.
-Oye, a éste que le
pasa.
-Nada, que era
astronauta. Esa soledad absoluta los deja a todos trastornados. Dicen que allá
arriba se pueden oír el corazón y los vuelve locos. Además, a éste con la
explosión de su nave lo dieron por desaparecido. ¡Yo creí que estaba muerto!
-Se ve que no. Vivo y
enfadado. Conmigo. ¡Ya van dos y no hemos hecho más que empezar! ¿Conoces algo
que yo no sepa?
-Ni idea. Pero no te
preocupes, es normal.
-¿Normal?
-¡Míster Charles
Branson, un placer!
-Lo mismo digo,
caballero.
-¿Y las bellezas que le
acompañan, son?
- Gwenaëlle, my girlfriend, and Dorothy, my best friend.
-Oh good. This is Kristoff, the writer, you know.
-Nice to meet you, sir. Spain is good, the wine, the food, women. The
pinchos... everything! It´s... Okey, you know.
-Gracias. Gracias.
-Come in, ladies. Lets get in. See you later, Diego!
-See you, mister
Charles!
No me he enterado de
nada, aunque al menos este no me ha gruñido. Un alivio. La verdad es que me voy
cansando de este rollo protocolario. Por no hablar del frío. Aquí sigue
entrando gente que me es extrañamente familiar, pero no termino de encajarlos
en lugar concreto. Si es que así ha sido pues la No-Ah esa ya me ha dejado
claro que no. Uhm… tengo dudas.
-Francesco del Pietro y
Patrizia de la Tronara, ¡che gioia che mi
dai! Vieni,vieni quando questo è fatto.
Che è tardi.
-Buona notte Diego. Buonanotte
Kristoff.
-¿Nos conocemos?
-´Io ti conosco. Lo
seguo su Facebook, signore. Era entusiasta di incontrarlo personalmente.
-Per favore, fermati.
-Ciao.
-Familia Buendía, me conmueve
su presencia en un momento tan difícil.
-Gracias Diego, muchacho.
-¿Cómo se encuentra?
-Ya puede usted
imaginar, consternados. Pero la vida es así. Dura.
-Me hago cargo. Lo
lamento de verdad. Fila dos, butacas con crespones negros.
-Gracias, muy
considerado por su parte. Hasta luego, camarada.
-Hasta luego Don Diego.
-Después nos vemos,
José.
-¿Camarada?
-Es una larga historia,
en otro momento te la cuento. Mister Smith and
Wesson! Lady Meredith, you too! You make us a great honor.
-Oh dear… No other thing in the world could steal my heart like your
activity, mister Diego. There is nothing like this in my mind today.
-It´s a pleasure to see you again mister Diego.
-Pleasure is mine mister Wesson. Lady, this is the author, Kristoff.
-Oh, I know, I know. I want to talk to you, bloody ghostwriter.
-Como guste señora.
-See you later Diego, my love.
-See you Meredith. I love you too.
-Ayy!
-¿Qué te pasa?
-¡La yanqui esa! ¡Que
me ha estrujado el equipaje mientras me hablaba! ¡Cojodeer!
-Pues disimula que te
están mirando. Monsieur Napoleón, leur présense sur est un honneur! Je
m'incline à vos pieds.
- Lève-toi jeune ami. Je
veux voir son visage, non pas le cou. Ou je souhaite guillotinarle.
- Comme vous voulez.
Josefine, Salicety, Duque de Armani, María Luisa, Sir Ludwig, han venido todos.
Sí que podemos decir que su presencia llenará el teatro. De glamour y
distinción. Fila uno por favor. Butacas de autoridades, especial doble ancho. A
sus pies, a los de todos ustedes. ¡Arrodíllate Kristoff, no te muestres
insolente!
-Ah no, eso no. Yo no
me agacho ante esta cuadrilla de privilegiados inmerecidos.
-Por favor, no te pongas ahora reivindicativo
que no es el momento. ¡Y baja la voz!
-He dicho que no me
arrodillo. Y para defender la dignidad cualquier oportunidad sirve.
Pasa ante mí el séquito
con aire altivo y desaparece por las puertas interiores del teatro. Un silencio
vasallesco les precede lo mismo que un murmullo mezquino les prosigue. La
hipocresía en un antes y un después. Esa es la voz del pueblo: miedo y
humillación por delante, envidias y vilezas por detrás. Napoleón me ha mirado a
los ojos fijamente, he creído que iba a desenfundar la espada, o algo así. Pero
María Luisa empujándole con discreción le ha obligado a continuar. Mejor porque
mi valor es limitado, muy limitado. Por cierto que me ha rozado la bragueta. Ella,
no él. Tampoco creo que haya sido casualidad.
Por las escaleras de
acceso al teatro se acerca un grupo de saltimbanquis y acróbatas con pinta de
indignados. Desarrapados y melenudos, salvo dos mujeres con bata de casa.
Juntas llevan una pancarta donde se lee: “Ñaque. Gran Compañía De Teatro”.
Diego les saluda con su complicidad habitual y, excepto uno, todos me sonríen.
Una novedad y un bálsamo para mi mala hostia. Debo mejorar esta característica
de mi rabia contra el mundo, ¿aunque mejorarlo es aumentarlo o lo contrario?
Tengo dudas al respecto. Tras ellos una hermosa muchacha vestida como un hada y
que yo diría no camina, levita. Diego no me la ha presentado, ni siquiera se
han saludado, pero por las miradas sé que entre ambos hay tema. Más se hacen
esas cosas evidentes cuanto más tratan de ignorarse los implicados. En un
susurro me ha dicho que era su musa, pero supongo que esto quiere decir su
amante. Estando Teresa, la novia, dentro, mejor no hago comentarios. Su vida no
es la mía.
A ella, la musa, le
sigue un hombre muy serio con pinta de ser un gran aburrido, acompañado de dos
escoltas. Diego me cuchichea que es un gran político. Lo de grande creo que se
debe a su altura física. Dos sesentones cascarrabias hacen bromas con un
yonqui. Su interés por compartir la jeringuilla me deja estupefacto. Uno de
ellos tira de una señora con desgana y mucho esfuerzo. Diego me explica que la
señora padece Alzheimer, y que el yonqui no es tal, sino un condenado a muerte
al que le están otorgando su último deseo. No concibo que alguien pueda desear
como final de vida ver mi libro, pero una vez más quién soy yo para pensar. Tal
vez se quiera suicidar antes de dejarse matar, como última digna voluntad. Que
la vida y la muerte le pertenezcan en su plenitud. Y finitud.
-Señor Vladimir, cuánto
tiempo sin verle. Qué maravilla.
-¿Maravilla no verme en
mucho tiempo, o el estar aquí? Explíquese mejor, Don Diego. Conoce cuánto me
gusta la precisión lingüística.
-Lo sé, Vladimir. Veo
que le acompaña Eristoff.
-¿Recuerda su nombre?
Me agrada usted. En verdad por eso hemos aceptado su invitación. Siempre fue
usted un joven agradable y atento. Se nota que domina el mercado de la
comunicación.
-¡Cómo no recordarlo!
¿Terminó periodismo?
-Sí, por fin. Y ya sabe
cómo es la educación: el muchacho no tiene ni idea. Por eso le he obligado a
venir, para que vaya aprendiendo cómo se organizan actos de este tipo. Cómo se
lisonjean unos a otros y se les llena la boca de babas para tapar su
mediocridad. Me comprende usted, que es un joven despierto.
-Muy inteligente por su
parte, señor Vladimir. Fila tercera, butacas para la prensa. Las encontrará
fácilmente.
-Míster Kristoff, un
placer conocerle. Aquí le presento a mi sobrino, ¡saluda muchacho!
-Eh, hola. Hola señor
escritor.
-Hola, aunque yo no
diría tanto.
-Sí, cómo no. Se
infravalora usted. ¿Escritor no es el que escribe? Escritor entonces. No se
quite méritos. Este sobrino mío sí que debe desprenderse de toda esa arrogancia
de la universidad porque no tiene ni idea de la vida. Y cualquier estupidez le
parece una noticia grave y de importancia. Aprende, muchacho. Aprende. Hasta
luego, míster Kristoff. ¡No olvide firmarnos un ejemplar! Adoro su trabajo, es
tan, tan… ¡Rabioso! ¡Como un buen mordisco! O una estaca en el corazón, ya
sabe. ¡Nos vemos luego, recuérdelo!
-Vaya, a éste sí que le
has caído bien.
-Ya, ya lo veo. Me
sorprende. ¿A qué se dedica?
-Muerde a la gente.
Vampiro full time, la crisis... Pero me
ha hecho recordar que no ha venido mi amiga la periodista. Una pena porque si no
promocionamos no hemos hecho nada. ¡Si tuviera el móvil!
-Oye, antes he visto
entrar a un grupo vestidos con ropa de camuflaje. ¿Amigos tuyos?
-No mucho. Ex
combatientes. Creía que venían por ti.
-Pues yo que los
conocías tú. Es igual, más público.
-Esto es lo importante,
que llenemos el teatro. Y diría que lo vamos a reventar. Parece que ya no queda
nadie, ¿entramos?
-Espera… Se ha detenido
ahí una limusina… No sé.
-¡Sí! Lady Rachel, el
señor Marc y Lady Meggie. Gente rica, con influencias. Vamos a esperarlos, y
esmérate, que con estos te interesa.
-Lo que mandes. Soy un
soldado.
-¡Diego, encanto! Mmm…
qué tipo tienes cabronazo… Dame un beso, ¡de los que guardas para tu novia,
egoísta que no te quiere compartir!
-Hola, mmm. Hola Lady
Meggie.
-¿Lady? ¿Desde cuándo
me llamas Lady en privado? Vaya beso más corto… Dame otro.
-Mmm, mmm, mmm.
-Ahh… Lo necesitaba.
Sólo los jóvenes besan como se debe, con avaricia. A partir de los cuarenta a
los hombres se os olvida, ¡joder con la madurez! ¡Os pone floja hasta la
lengua!
-Ha sido un placer.
-He oído hablar mucho
de ustedes. Emprendedores así necesita Logroño. Apostando por la producción
propia, la cultura y la educación. Imagino que este caballero es Kristoff, ¿me
equivoco?
-Cierto, yo soy.
-Un saludo. Adoro conocer
riojanos inteligentes. Promete usted.
-Gracias, muchas
gracias.
-Espero que no te
quedes en una promesa, cariño, y cumplas como debes. ¿Me entiendes?
-Me hago una idea.
-Aquí tienes mi número
de teléfono. Llámame esta noche, necesito algo de distracción. Entre tú y yo,
nunca me he tirado a un escritor. Puedes invitar a tu amigo Diego, si quieres.
Mi amiga tiene razón, ¡menudo revolcón!
-Ya, no creo que pueda.
Su novia está dentro.
-La novia sí, Meggie me
ha hablado de ella. Amelie, la llama; aún no sé por qué. Una muchachita mona me
ha dicho, pero nada que pueda superar a una mujer madura, con estilo y
experiencia como nosotras. Te lo garantizo. No te acobardes y llámame, no vales
tanto como Diego pero podemos hacernos un trío suave. ¡Vámonos chicooos!
-Señora Melody, un
placer. ¿Cómo está Johnli?
-Ya lo ves, Diego
querido. Vamos tirando. ¿Verdad cariño?
-Yesterdeiii… ol mai
trabels sin so far
-Lo que Digo, vamos
tirando. Gracias a que el abuelo me ayuda mucho.
-Sí, todo sea por el
niño. El pobre no tiene culpa alguna.
-Le comprendo Silvano.
Primera fila en el centro. Butacas especiales.
-Gracias muchacho. Y
usted, imagino que será el conserje, ¿no? Con esa cara de lelo. Conste que
respeto mucho la labor de los servidores públicos, ¿sabe? Hacemos un gran
trabajo y sin embargo siempre estamos mal considerados.
-Quizás, pero yo soy el
autor.
-¿Usted?
-Sí.
-De modo que es usted
eso que llaman… ¿El creador? Pues tiene cara de sirviente, qué quiere que le
diga.
-Siento decepcionar.
-Papá, por favor.
-No se preocupe señora.
Suele ocurrirme. A menudo me confunden con el de la limpieza o el chico de los
recados, el del café… Oficios de primer nivel.
-Aun así, discúlpenos.
Vamos adentro papá.
-¡Pues sepa usted que
todos los oficios son necesarios! ¡Sin ese nivel que dice no habría un segundo!
-¡Papá, entra y calla!
Discúlpele señor escritor. Hoy ha confundido la medicación y…
-No importa.
-Melody no me empujes,
ese muchacho me cae mal, sabes que esta gente me irrita…
El tal Silvano me
recuerda a alguien. Lo mismo que su hija y Johnli, el joven discapacitado. O
incapacitado, o con movilidad reducida, o intelectualmente inferior a la media,
o como demonios haya que nombrar ahora a estas personas. Que cada año inventan
un vocablo nuevo para no llamar a las cosas como son. Sin embargo no consigo
situarlos en ningún episodio de mis recuerdos vividos, diría que son casi como
sueños. Diego me dice que entremos momentos antes de que un autobús pare frente
a la puerta del teatro. Está sucio por fuera, con pinta de haber recorrido
muchos quilómetros. Pero no reconozco el país de la matrícula. De él descienden
un montón de ancianos. Vestidos de las formas más raras que yo haya visto, claro
que yo no he visto mucho. Al acercarse les oigo hablar en idiomas que tampoco
conozco. Diego les apresura y la situación, incómoda, no se demora. Me cuenta
que no es un viaje despistado del Inserso como parece, sino un grupo de
filósofos, científicos y algún teólogo que ofrecen charlas y conferencias en
grupo para pagarse los costos del viaje. Con esta fórmula están dando la vuelta
al mundo. Afirma que ha asistido a alguna y que son amenas y muy interesantes.
No en vano son los top pensantes de la historia: Plutarco, San Agustín, Lutero,
Einstein, Newton… Cerebros así.
Me ha jodido porque a
la indiferencia que despierto en la gente ahora debo sumar mi suprema
ignorancia sobre todas las cosas. Ha llegado el momento de la verdad, de
presentar el libro que es ficción, por lo que será correcto decir el momento
del cuento, y trae de la mano todos mis nervios. Con público de este nivel sé
que haré el ridículo.
Dentro las Teresas y
Carmen, con la pequeña ayuda del conserje que se esfuerza lo mínimo, han hecho
un buen trabajo preparando la mesa de tribuna con mis libros. Y los quesos de
Diego, muy vistosos por cierto. Adornan más que las flores y perfuman mejor. El
teatro entero tiene ahora un aroma que seduce; mucho más agradable que su olor
habitual pues no hay teatro que no apeste a rancio. Cuando no a intrigas o
sospechas. O habladurías, que siempre abundan. Ecos de los asistentes.
En la mesa de tribuna
las chicas han reservado el asiento central para mí, un error que ya no puedo
corregir. Teresa, la maquetista, en el extremo izquierdo al lado de los libros.
Carmen a mi derecha con los quesos a continuación, en ese extremo. De nuevo a
la izquierda, entre Teresa y yo, Diego. Observo que los quesos son el contrapunto
físico a mis libros, situados ambos productos en las alas de la mesa.
Equilibrio insólito entre las letras y las leches, podríamos decir. Se apagan
las luces del teatro dejando una suave penumbra. Dos focos a media luz tiñen la
mesa y a nosotros con un suave tono rosado. Se hace el silencio. Otro punto de
luz azulada en el extremo izquierdo del escenario cae sobre una persona que tiene
una guitarra entre sus manos. Se oyen unos acordes y con una voz picante de
ron, suave de brisa tropical, dulce de azúcar moreno, entona una canción. Al
segundo bis del estribillo el público ya le está siguiendo. Es sencillo y
pegadizo. Habla de la ira y de este mundo de mierda. Corean al artista y con
palmas acompañan su guitarra. El comienzo no ha podido ser mejor, yo no sabía
nada de esto.
Diego me pasó en su
momento unas canciones por email de un cantautor cubano amigo de su amiga
Carmen, quería saber mi opinión. Y aunque yo soy más de rock sinfónico y pop
electrónico, le respondí que aquel sí era un artista con talento. Nada más supe
de él hasta hoy: una agradable sorpresa; que espero no se incluya en gastos de
representación. Se me aguan los ojos de la emoción y mira que esta
vulnerabilidad me jode. Termina la canción. Habla.
-Hola buenas noches. El
tema que acabo de interpretar se llama La Ira, y creo que es muy oportuno para
los tiempos en que estamos. Mi nombre es Jorge Sánchez, soy cubano, y es un
placer estar aquí compartiendo esta descarga con ustedes. Muchas gracias.
El público aplaude
entusiasmado, se los ha metido en el bolsillo con un solo tema. Qué envidia. Se
apaga su foco y él queda sentado en un taburete, en la penumbra. Habla Diego.
-Buenas noches
bienvenidos hijos del rock and roll, les saludan los aliados de la noche.
Gracias por estar aquí, vuestro impulso nos hará seres eléctricos.
El público está mudo, y
yo atónito. No esperaba una entrada semejante. Es la letra de Bienvenidos, de
Miguel Ríos, pero Diego sigue como si nada.
-Tengo el honor y la
satisfacción de presentar ante ustedes la última obra publicada por nuestra
editorial El Índice Del Diablo, cuyo título es El Ladrón De Vidas. Volumen
número treinta y nueve de nuestra colección de narrativa fantástica, editado
este año que en breve termina. Cuando el autor que tengo a mi derecha nos
propuso este texto con doscientas ochenta y cinco páginas de historias
encontradas en la calle, se produjo un duro debate en la dirección de la
editorial acerca de si semejante escrito debía ver la luz o, por el contrario,
era nuestra obligación secuestrar el original, guardarlo en un cajón, tirar la
llave y denunciar al autor en el juzgado más próximo. No en vano, basta con
observar la cara del mismo para atisbar al primer golpe de vista que tras esos
ojos oscuros y esa frente despejada, quizás se halle la mente de un psicópata.
Cuando no de un asesino que debiera pasar el resto de su vida entre rejas por
sus crímenes posibles. El núcleo duro de la junta, miembros fundadores de esta
editorial con ánimo de lucro incesante, impuso su criterio de alto riesgo y
aquí estamos. Espero que para bien. Huelga decir que yo soy uno de ellos. Y que
aún no sé si me arrepiento.
Conocen los presentes
que la industria editorial de este país atraviesa un momento difícil, y si bien
surgen escritores a los cuatro vientos las nuevas tecnologías amenazan con
hundir ese incipiente mercado. Los ebook, cuya popularidad creciente los hará
visibles en cualquier supermercado antes de un año, son sin duda nuestra mayor
amenaza, pues al igual que los mp3 han hecho con la música y los compresores de
códecs de vídeo al cine, no resulta tremendista afirmar que esos aparatos
quizás terminen asestándonos un golpe mortal. En nuestro horizonte cercano, y
un poco gris no voy a negarlo, está la prensa; incapaz de hacer rentable su
versión digital, a la par que año tras año las ventas en papel caen
drásticamente. Preveo que en cinco años
la mitad de los periódicos del país habrán cerrado su tirada en el soporte
clásico. Y no es aventurado decir que tal vez esto apareje la completa
desaparición de todos ellos.
Hacia dónde vamos no lo
sé, y creo que nadie, pero el público está asumiendo como algo normal que la
creatividad, la inventiva y el talento no son valores a considerar. Menos aún
pagar por ellos. ¿Alguien se ha preguntado para qué sirve al creatividad? ¿Qué
aporta al PIB de este país? ¿Al sector empresarial, a la comunidad, a la paz
del mundo? Yo mismo no tengo una respuesta para esto.
Cuando hablo de
creatividad, por extensión me refiero a ese grupo de malogrados sociales que a
sí mismos se hacen llamar artistas. ¿Artistas de qué? De la ociosidad, el
vagabundeo y el desvarío, quizás. Frustrados al borde de la autoexclusión que
tarde o temprano terminarán en centros de rehabilitación y recuperación para
aplauso dependientes. Verdaderos yonquis del reconocimiento social y la
admiración del público. Por esto me atrevo a decir sin temor a equivocarme, que
la era digital con sus descargas ilegales, en cierto modo pondrá a cada uno en
su sitio, desarticulando desde el mismo principio cualquier intento de éxito. Y
si bien las redes sociales e internet nos han proporcionado el antídoto
imprescindible contra el veneno de artista, debo reconocer que la
democratización de los recursos también conlleva sus riesgos: cualquier imbécil
lanza ahora al mundo sus pensamientos como si del Secretario General de la ONU
se tratara. Y cuando antes al aprendiz de artista lo teníamos localizado, para protegernos
o exterminarlo, ahora el contagio está alcanzando proporciones de pandemia: el
mayor mindundi se autoproclama extraordinario. Como digo, daños colaterales
indeseables de la democratización de los servicios.
Nuestra editorial El
Índice Del Diablo, lleva años denunciando que el acceso indiscriminado tanto a
la información como a la interpretación y redistribución de la misma no es el
camino que debamos recorrer. Pero nuestras peticiones rara vez son atendidas en
los foros adecuados. Desconozco qué efecto pernicioso tiene la presión de la
iglesia a este respecto, o si las cofradías de pescadores y la asociación de
amigos Gallo Canta han intervenido en tan importante cuestión. En breve espero
los últimos informes actualizados.
Por mi parte, sólo me
queda agradecerles su asistencia y ceder el paso al autor, no en vano viene por
la derecha, compromiso previo a la rueda de preguntas. Aunque no será antes de escuchar
otro hermoso tema de nuestro cantautor protesta suave favorito, Jorge, el que
salió de Cuba. Muchas gracias a todos. Confío en que pasen una agradable
velada, la paz sea en el mundo y el amor en la mirada de los ángeles. ¡Va por
ti!, Teresa.
Un estruendo de
aplausos simultáneo prosigue al discurso de Diego. Breve y contundente. El
teatro entero se pone en pie y él, como buen Em-Sí que sabe jalear a su
público, se pone en pie sobre la tribuna de un salto y comienza a menear la
cadera como Elvis Presley y Ricky Martin ya quisieran. Encandilando a los presentes
aún más. Silbidos de entusiastas, aplausos de entregados, chillos de histéricas,
vuvuzelas a plena potencia, gritos de queremos un hijo tuyo, móviles encendidos
como tiernas luciérnagas. El arrebato secuestra al auditorio y no hay sentido
común que se resista. Creo que van a hundir el Bretón cuando la suave voz de
Jorge acompañada de su guitarra se abre camino por megafonía. La luz azulada lo
ilumina nuevamente y antes de terminar la primera estrofa se ha adueñado por
completo de la situación. El bullicio cede paso al silencio y todos escuchamos
con deleite La Vida Quiere Que La Entiendan, versión mejorada de La Vida No Es
Un Carnaval que ya intentó la Nueva Trova Santiaguera sin éxito. Cuatro minutos
de canción, dos de coros y diez de aplausos más tarde, Jorge enmudece. Su luz
azul se apaga. En perfecta sincronía, un foco individual rosado ilumina a Carmen,
que comienza lentamente a recitar:
OCULTO
No me busques entre la gente ni
alejado de ella.
No pretendas darme caza atravesando
los campos
ni rastreando estos bosques de
romero y encinas.
No esperes encontrarme sumido en el
silencio
Ni ahogado por el grito.
No darás conmigo siguiendo un
reguero de lágrimas
Ni guiado por carcajadas de trueno.
No estaré en ninguna parte entre
los extremos
Ni en el centro de los medios.
No me hallarás:
antes de tú haber partido
ya me habré ido.
No volveré.
Su iluminación
individualizada se apaga, quedando a oscuras el teatro. Un silencio
sobrecogedor nos conmueve, enfatizando quizás la perfecta declamación de
Carmen. El poema es de un libro cuyo título he podido leer de reojo: Tiempo De
Tormentas. Y Manzanilla. Colección de antipoemas. También me resulta familiar,
sé que lo he visto en alguna parte. Pero nada, no doy con el autor. Algún
desconocido probablemente, sobran poetas como sobra su obra. Mira que a mí me
aburre la poesía. El público arranca temeroso a aplaudir, para después estallar
en un bramido. No sé si lo que ha gustado ha sido el texto, flojo para mi
gusto, o la interpretación de Carmen. Me quedo con lo segundo. Carmen The Gates
es mucha Carmen cuando se sube a un escenario. Me doy cuenta de que Diego ha fichado
una estrella, animal de teatro que está por descubrir, probablemente.
Desconozco su historial, y si ella así lo considera. Ocurre con frecuencia que
uno mismo rara vez advierte su potencial, y menos aún le dedica el tiempo y los
esfuerzos necesarios para que explote. Más bien explotamos todos hacia dentro. Pero
de abatimiento.
Los aplausos van
cediendo, y de la oscuridad hay una transición hacia un círculo de luz sobre
mis hombros. Ya dijo Einstein que la luz tenía masa, lo que yo no sabía era que
pesaba tanto. Tengo todo el hormigón del teatro a mis espaldas. Y doy fe de que
aquí se metió mucho. Comienzo a leer una historia para abrir boca: La Cena. No
sé si es apropiado. En la mitad del
texto breve, un murmullo crece al fondo del teatro. Disimulo, qué otra cosa
puedo hacer. Continuo. Alguien silba, me detengo. Miro al patio de butacas que
parece nervioso. Oigo susurros aquí y allá. Miro a Diego buscando un
salvavidas, pero no sabe qué hacer. Creo que esto no lo tenía previsto; peor
aún. Por fin el técnico sube la intensidad de luz sobre la mesa de tribuna y
Diego interviene:
-Sí. Ehem. Tal vez
alguien quiera hacer una pregunta. Deben disculparnos, pero como las preguntas
las habíamos reservado para el final… Anyway, el público es el que manda. Si
alguien quiere intervenir ahora…
Una mano se levanta al
fondo, en el centro mismo desde donde arrancó el murmullo que ha interrumpido
mi lectura. No logramos oírla en tribuna.
-Espere un momento
señora, no entendemos lo que dice desde aquí. Teresa por favor, quieres
acercarle un micrófono. Muchas gracias.
Teresa, la novia,
aparece por el fondo del patio de butacas con un micrófono; entre las sombras y
cortinas. Pisando la alfombra roja central como una modelo en su pasarela. Se
me antoja que el parecido con Amelie es mayor desde aquí, con la media luz
iluminándole el cabello. Con decisión se cuela entre las piernas del público y
los asientos hasta alcanzar a la persona que quería hablar. Un potente foco de
cabina se posa sobre ella, todos la vemos claramente. Es una pelirroja muy
guapa, creo que la conozco…
-Hola. Perdonen mi
interrupción pero no he podido evitarlo. Llevo mucho tiempo esperando este
momento y si no lo suelto me ahogo, ya me comprenderán cuando oigan lo que
tengo que decir.
-Adelante, hable con
tranquilidad. Le escuchamos.
-Sí, mire yo quería
trasladar al señor Kristoff mi malestar por el texto que está leyendo.
-Usted dirá.
-Pues verá, ¿me puede
responder por qué mi pareja y yo, que somos los auténticos protagonistas de la
historia, no tenemos nombre en ese texto? Nos hemos leído todo su libro, por
llamar de alguna forma a esa pintoresca agrupación de recortes de prensa
amarilla, y sólo hay dos piezas más donde los protagonistas carecen de nombre.
¿Sabe el autor que hecho semejante ha provocado un grave daño a nuestra
autoestima? Me gustaría oír una explicación razonable y una disculpa.
-¡Es verdad! Yo participo
en Recursos Humanos y me encuentro en la misma situación. Además, la
descripción que hace de mi persona es harto confusa. ¡Ni mis compañeros de
equipo me reconocen!
Un caballero de la segunda
fila ha entrado en la protesta. Que fácil se anima la gente cuando lo que se
busca es camorra. Veo que me van a joder el acto.
-¡Y yo! En Holas se nos
obliga a disfrazarnos de animales y ni siquiera podemos llamarnos por nuestro
nombre. Hasta el final queda la duda de quiénes son los protagonistas. ¡Es
bochornoso! Se ríen de mis hijos en el colegio. Su idea me va a costar una
pasta en psicólogos para los niños. Por si acaso, mi marido ya ha presentado
una denuncia ante el sindicato de personajes y caracteres.
El silencio vuelve por
unos segundos. Se nota que el público no está cómodo. Y en la tribuna menos
aún. Diego responde.
-¿Tienes algo que decir
a eso, Kristoff?
Diego ha esquivado la
bola que viene cargada de plomo; no parece aquí que la palabra sea un arma
cargada de futuro, sino de rabia. Balbuceo.
-Pues… no sabría responder.
-¡Así que pasas! ¿No
había nombres sueltos en el mercado de abastos? ¿Ni siquiera unas rebajas? –el
desconocido de la segunda fila se ha unido a la carga.
-No, no es eso. Quizás
no lo creí tan importante. No sé.
-Ah, ¿no le parece
importante al señor escritor buscar un nombre a sus personajes? ¿Y qué somos?
¿Unos nadies para siempre?
-Quizás en la próxima
edición pueda subsanarse el error. ¿No te parece Kristoff? –Diego trata de
suavizar el ambiente.
-Sí, sí. Por mí no hay
problema.
-Como editor les
prometo que en próximas ediciones ustedes tendrán los nombres que deseen. Sólo
tiene que remitirnos sus sugerencias a la editorial y Teresa se encargará de
insertarlos en la nueva maquetación. Por cierto, Teresa, veo otra mano
levantada en el extremo derecho. ¿Quieres acercarte con el micrófono?
Teresa, la maquetista
que está en tribuna, toma su inalámbrico y desciende garbosa por las escaleras
del escenario hacia el público. Al final también ellas se han liado con el
nombre, pues creo que Diego se refería a su otra Teresa. Es igual, parece que
ambas van a tener trabajo; además, da gusto verla caminar a lo Kate Moss por la
alfombra central. Esto debería haber sido un pase de modelos, para trabajadoras
de oficina, por ejemplo, y no la presentación de un libro.
Aunque de normal lento,
no me hace falta más tiempo para darme cuenta de la situación. No sé cómo se
las ha arreglado Diego, por qué vía telemática o esotérica, pero ha contactado
con los personajes del libro a presentar y los ha invitado a todos. Ahora tomo
conciencia de la situación, por eso me sonaban a mí sus caras en la puerta. De
mis amigos no ha venido ninguno, es lo habitual ya no me duele. Pero estos
personajes… No me gusta la idea de tener que enfrentarme a ellos. Al final los
personajes siempre hacen lo que quieren, terminan gobernándote. El intelecto,
que es débil. Teresa la maquetista entrega el micrófono a un caballero, entrado
en años. Desde aquí no veo bien su rostro.
-Buenas noches. Verá,
el caso es que yo quisiera hacer también una petición. Mi nombre es Silvano, de
Luz En La Oscuridad. Deduzco que el autor este no tiene criaturas, porque no se
me ocurre peor castigo para mi hija que abandonarla a su suerte en una isla
semi desierta. ¡Y con un chiquillo medio retrasado a sus espaldas! Mi nieto
Johnli, que como yo digo, ¡qué culpa tendrá el muchacho para que usted lo haya
dejado así de tarado! ¡Se da cuenta del mal que ha hecho! ¡Ha destruido la vida
de los tres! Yo contra las rocas, mi hija Melody desesperada y sola, y el nieto
con parálisis cerebral. ¿Sabe cuánta atención demanda un niño así?
-Papá, por favor.
-Ni papá ni nada, hija.
¡Es el momento de exigir una rectificación! O incluye usted un compañero
sensible para mi niña que le ayude con las tareas, o curamos al nieto, o yo no
me muero. ¡Pero algo debe cambiarse en esta horrible historia!
-Tiene razón, ¡hasta a
mí me dan ganas de suicidarme con él!
-¿Y usted es…? –Diego
es quien se atreve a preguntar. Yo no digo ni mijita.
-No-Ah. Del texto Con
Algunas Diferencias. Yo quiero que cambien incluso el título, todo. Es una
porquería arrogante e irrespetuosa que no hay por dónde cogerla. ¿Qué es eso de con algunas? ¡Con todas!
Personalmente me siento agraviada doblemente: como mujer y como personaje
protagonista de su mediocre historia. Por no hablar del desprecio que siento
por el señor Kristoff, claro ejemplo del hombrecito misógino, misántropo autoexcluido
y marginal que es. Además de un machista y un tirano clarísimo. No hace falta
terminar mi texto para darse cuenta de que la peor calaña se oculta tras esa
máscara de varón sensible y educado. ¡Mentira, mentira, mentira! ¡Usted es el
peor ejemplo del macho castigador, embrutecido, maleducado y zafio que persigue
y piropea a las mujeres a su paso! ¡Sepa que he interpuesto la correspondiente
queja en mujeres independentistas de La Rioja para que su caso se revise en
profundidad y toda la dureza de la ley con su venganza caiga sobre usted! ¡Sólo
la cárcel le espera en el futuro, y yo misma me encargaré personalmente de que
nunca salga de ella!
El Bretón rompe en un
aplauso estruendoso. El público está en la frontera de la insubordinación y la
desobediencia civil, así que cualquier amago de liberación es bienvenido y
acogido sin reservas. Mejor cuanto más incendiario. Sé que este es un momento
delicado, peligroso. De esos que pueden derivar en una manifestación, una
revuelta o un estallido social irreversible que nos lleve a todos al conflicto
total. A la guerra entre vecinos para descargar nuestras rabias e iras. No-Ah
no es sino un ejemplo de lo cerca que estamos de la desmembración como
sociedad, de la ruptura de sus leyes y la destrucción total de sus normas como
remedio necesario y descongestionante. No-Ah ha levantado al auditorio en
aplausos, y esto me atemoriza. Hay mucha ira aquí dentro. Diego me pregunta qué
hacemos, pero no tengo idea. Le propongo una canción de Jorge, que en este caso
sí podemos decir que quizás amanse a las fieras. Él le pasa la propuesta al
cantautor y accede. Mientras los aplausos siguen, toda luz se apaga excepto la
que posa sobre Jorge. Una buena estrategia para señalizar el cambio. Él canta
La Vida Es Un Carnaval, no es momento para ponerse reclamante; buena elección,
todo me parece un mal chiste.
Tras cinco minutos de
música y palmas, el auditorio se sienta. No sé si decir que vuelve la calma
porque calma no ha habido desde el mismo momento en que nos hemos colocado en
la puerta; donde casi todos me han mirado mal. Pero al menos se ha rebajado la
tensión y esto ya es algo. Para reanudar la presentación o lo que toque ahora.
-Gracias Jorge querido
amigo. Tú sí que sabes cómo endulzar una reunión de amigos. Porque esta es una
reunión de viejos amigos que necesitan sincerarse. ¿No es así? –Diego se dirige
a los presentes. Ya he dicho que es un buen Em-Sí-. No quisiera yo transmitir
la idea de que censuramos las intervenciones, ¿tiene la última persona algo más
que añadir?
-No, gracias. Lo que me
queda es sólo entre el señor Kristoff y mujeres independentistas.
-Yo sí.
-¿Cómo? Por favor,
Teresas. Acercar un micrófono a la señora.
-Nada, una cosita
pequeña. Soy Melody, y por alusiones tras la última intervención de mi padre.
¿No podía mi hijo Johnli cantar otra canción? Yesterday es demasiado nostálgica
y los Beatles no me gustan mucho, la verdad. Prefiero Frank Zappa, ¿algo de
Mothers of Invention? También quisiera cambiar el final con la botella de mis
sueños rotos. Me tiene hundida la moral comprobar cómo la vida te quita más que
te da. ¿Podía ser una carta de amor? He hablado con otros personajes y no hay una
sola historia de amor bonita en todo el libro. ¿A qué se debe? ¿No cree el
autor en el amor?
-¿Algo que responder a
eso, Kristoff?
-No sé… Quizás escriba
algo de amor en el futuro. No creo mucho en él, esto es cierto. Pero tampoco creo
en nada. Lo siento.
-¿Y en la venganza?
-¿Cómo dice?
-Que si cree el autor
en la venganza. Soy 183 centímetros de Servicio De Limpieza. Y la muerte a
palos del compañero 159 centímetros nos ha dejado a 179 centímetros y a mí
hundidos. Pensamos que su familia terminará por identificarnos y vendrán a por
nosotros. ¡Y tan sólo somos unos personajes! ¡Si quieren pegar a policías que
salgan a la calle! Han vuelto los tiempos de las carreras a pedradas por las
aceras y plazas, ¡hay barra libre! Pero nosotros… Hoy somos policías de relato
y mañana unos burros de cuento infantil. En la próxima edición queremos un
nombre de persona respetable, de paso contesto a la señorita que decía ser la
única sin nombre, ya ve que no, y un pasaje más amable. Algo así como Pedro
Gafotas.
-Veré qué puedo hacer.
Le miento porque no
quiero líos. Pero no está en mi ánimo escribir bobadas para niños. Que no son
bobadas, pero yo sí me siento como un bobo. Lo mío son las historias chungas,
los sobresaltos, la rabia social, la violencia de las cosas cotidianas. Ese es
mi terreno: como la vida misma. El resto se lo dejo para los que creen en… En
algo. A las Teresas les han quitado los micrófonos, y ahora el público se los
va pasando de unos a otros. Un brazo cubierto con algo metálico asoma entre la
gente. Se pone en pie. A ver qué dice contra mí.
-Hola. Me llamo Freig,
de Fray Modesto Nunca Fue Prior. Yo tampoco estoy satisfecho con el final. He
pasado un tiempo muy duro vagando en solitario por el espacio además de perder
un oído. Por no hablar de mis robots, que desaparecieron con la explosión y
eran mi compañía y mi vida. Quiero recuperarlos y terminar mis días en un
planeta cálido, hermoso, con playas azules, tres soles y millones de estrellas
de colores por las noches. ¿Podría ser? Si tengo a mis robots no necesito más
personajes. Muchas gracias.
-Yo quiero saber qué
demonios es el disparo que nos despierta en Wellcome To Nevada. Aún tengo
pesadillas por el susto. Además, la presentación de Gwenaëlle, mi pareja, es muy
ofensiva para ambos. Por no hablar de Dorothy, que el autor la describe como
una mujer zafia y mal educada cuando esta querida amiga mía que aquí ven fue
miss Arizona y doctorada en lenguas clásicas por Yale. ¿Por qué esa falta de
respeto? Si estuviéramos en Estados Unidos a usted le metía yo una demanda por
difamación, pero tiene suerte de que en esta tierra importen más los vinos que
las personas.
-Gracias mi amor. Yo
apoyo su propuesta. Jamás he probado una gota de alcohol y usted me disfraza de
borracha y fulana. Digo lo que mi pareja Charles, suerte tiene usted de no
encontrarnos en USA.
-Pues yo quiero
defender mi honorabilidad. Soy José Buendía, padre de José Antonio Buendía, de
Inmersión A Las Marianas. La fosa submarina más profunda de la tierra que usted
ha utilizado como símil para lo más terrible y oscuro de la conducta humana.
Sepa que mi familia ha sufrido mucho por su culpa, creen los vecinos que soy un
torturador de la peor época de Chile y supongo que tendremos que mudarnos de
ciudad para que dejen de quemarnos las flores o tirarnos basura en el jardín. ¡Jamás,
le repito, jamás, he puesto la mano encima de alguien! Aparte de a mi querida
esposa para acariciarla, siempre con su permiso. Me doctoré en ciencias
sociales y trabajé durante veinte años en la Universidad de Chile en mi plaza
de catedrático. Sepa ese insignificante escritor de barrio que esta universidad
se fundó en 1842, y goza de un inmejorable prestigio en toda Latinoamérica. Por
lo que su terrible historia no sólo ha ensuciado mi nombre, sino la de la
propia institución y por ende el país entero. Que ya ha sufrido bastante con
verdugos anónimos. Traigo un documento redactado por la junta rectora donde se
le exige una inmediata disculpa pública y una rectificación clara. Se lo
entrego a la señorita para que lo lea más tarde. Es todo lo que tenía que decir.
El micrófono pasa de
mano en mano más rápido que las propias intervenciones. Intuyo que la noche va
a ser dura. ¡Sólo a Diego se le ocurre invitar a los personajes a su propia
presentación! Una mujer pequeña se incorpora del asiento. A esta sí la reconozco
porque Diego se ha entretenido con ellos en la entrada. Los italianos.
-¡Porca miseria, cazzo
stronzo! Mi nombre es Patrizia De la Tronara. Aparezco sin nombre en el Viaje
Cultural. Otra sin nombre, se lo recuerdo a la sciocchina anterior. Y quiero
una historia completamente nueva. Yo no emigré de Argentina en busca de un
italiano que me mantuviera para terminar despeñada como una loca en Porto
Bello. ¿Sabe ese comemierda de escritor
todo lo que me he tenido que meter por la boca para llegar hasta aquí? Por no
hablar del resto del cuerpo. Il mio fidanzato mi vuole. ¡Y jamás me haría eso!
¿Verdad que no, mia cara?
-No mi amor, pero deja
de pedirme dinero. Mi stai rovinando.
-Pues yo opino igual.
Mi papel en Salvaje Oeste es denigrante. Soy Meredith, y tanto Smith como
Wesson y las muchachas del bar, estamos considerando seriamente contratar a
unos vaqueros de esos que se pasan siete meses pastoreando el ganado al pie de
las Rocosas, en el Wyoming de mis abuelos, para que le ahorquen de la farola
más alta en el centro de la Gran Vía. Que lo vean bien los logroñeses. Yo me
crié en una de las familias más ricas de Georgia, cultivadores de algodón que
perdimos la guerra por culpa de traidores intelectuales como usted. No deseo
otra cosa que verle morder el polvo arrastrado por un caballo desbocado, para
que aprenda a tratarnos con respeto a los del sur. ¡Todavía nos sangran las
heridas de la guerra perdida!
Lo que yo digo, esto
mejora. Hay verdadero interés por participar, pero no creo que nadie quiera
darme las gracias o me traiga alguna flor. La cosa va de cardos y piedras. Una
brillante idea esta de Diego, ya veremos cómo acaba la noche. Si salgo de aquí,
cambio de editor. Estas putadas no se hacen. Ahí va otro, lanzado como un toro
en esta tierra de afición a los cornudos.
-Yo soy un poeta sin
nombre. Otro innombrado como ven. Mi participación es en La Cena, donde el
caballero este hace una semblanza de un poeta solitario, hambriento, borracho,
torpe y vanidoso que termina en un contenedor de basura por no haber mejor
sitio para él. Vamos, lo que se dice un tipo que no tiene dónde caerse muerto
del que se despiden con un “ahí servirás para algo”. ¿Ha pensado nuestro
anónimo escritor para qué sirve él? ¿Por qué muestra tal falta de respeto hacia
la poesía? ¿Acaso su prosa es más digna de alabanza que el difícil trabajo de
poeta? Yo no quiero una disculpa, demasiado tarde. Sólo pido a la justicia
poética, no podía ser otra, que un día termine este señor en un cubo de basura.
Me da igual si es arrojado por unos borrachos, unos delincuentes, un atropello
hit and run, o simplemente porque al ir a vomitar sus miserias caiga dentro. Pero
sea ese su destino. Celebraré cuando esto ocurra e iré a mearme sobre su tumba,
que espero no tenga un espacio de honor en el Pêre Lachaise. Gracias, cedo el
micrófono.
Esta intervención, sin
flema, descriptiva y muy gráfica, ha sido de las mejores. Poeta tenía que ser
el cabrón. Hay un momento de silencio valorativo y respetuoso, después rompen
los aplausos. Como si el público hubiera necesitado un tiempo para entender el
discurso. A diferencia de la intervención anterior, ahora los aplausos son de respeto.
Hacia él, claro. En el caso de No-Ah han sido más… ¿ardidosos? Dos minutos y
otro con cara de pocos amigos. En la primera fila. Se pone en pie, tal vez para
marcar distancias y poderío.
-Buenas noches
caballeros. Mi compañía y yo hemos escuchado atentamente sus intervenciones al
respecto de este lamentable evento que nos ha reunido aquí. Y si bien por una
parte quiero agradecer la invitación del señor Don Diego al encuentro, por otra
siento náuseas. Asco verdadero de tener frente a mí al autor de la más
vergonzante historia de cuantas se han escrito sobre mí. Por si alguien no me
conoce, que lo dudo, soy el Duque de Armani, y en mis solapas llevo el sello
del imperio familiar que me distingue. En las solapas, en las bocamangas, en
los puños de las camisa, en el triángulo de la corbata, en los lunares de los
calzoncillos y en las rayas de las camiseta. Todo yo voy vestido de yo, como
única forma de presentarme ante ustedes desde el nivel superior que me
corresponde. Imaginarán que una disculpa de este nadie a mí no me complace,
pues el valor de la disculpa es directamente proporcional a la categoría social
de quien la dice. Y dado que este sujeto está en esos escalones sucios de la
sociedad más mugrienta que yo jamás haya visto, comprenderán que no me
satisfaga. Y cuando digo jamás quiero decir que en verdad no los he visto. Hay
quien nace con una posición y no debe pedir perdón por ello. Comprenderán que yo
tampoco. Por todo lo anterior, quiero proponer una solución efectiva y no tan
dramática como la horca de una farola; si bien esta idea me gusta por
efectista, y la vida es show, lo sabemos todos. Pero mi elegancia innata me
impide mancharme las manos con el contacto del sujeto. En su lugar, adelanto
que mis acompañantes han tomado distintas imágenes del inefable para
publicarlas en los periódicos más importantes e influyentes de este país y
limítrofres. Mis contactos harán lo mismo en distintas revistas de tendencias y
programas de televisión. La nota al margen será: Escritor frustrado ataca a la
sociedad para desarrollar su ira en ausencia de talento. Abstenerse imitadores.
Como verán, mi refinada
estrategia no busca terminar con su vida, muy al contrario, cuanto más longeva
sea su pobre existencia mayor alcance tendrá esta sutil defensa. Y la vida puede
ser muy larga y dura cuando han destruido tu reputación, créanme. Ya lo he
puesto en práctica muchas veces: funciona siempre. Dejo el micrófono a mi amigo
Napoleón.
Napoleón se pone en
pie, pero es chiquito y no le ven de las últimas filas. Con la ayuda de
Josefina salta a la butaca. No es suficiente, sube al escenario y después de
lanzarme una mirada fiera, viniendo de él qué podía esperar, se dirige a la
audiencia.
-Putain trou du cul. Qui est-ce qu'il pense que c'est salaud ignorant de parler
de moi? Todos los presentes me conocen, o deberían, porque cuando un personaje
no es olvidado por la historia significa que tras él hay una vida meritoria.
Puedo asegurarles que la mía lo fue. Y las consecuencias de mis actos cambiaron
la existencia de millones de personas en toda Europa. Para bien y para mal, yo
transformé la Europa de los mediocres y mentecatos dándole un impulso real a
las libertades individuales. Y todavía
hoy se pueden ver las consecuencias en este tiempo hostil de retrocesos y
cobardes. Me pregunto por qué no sigue nadie mi ejemplo. En fin, nunca mejor
dicho, eso es otra historia.
Pero es doblemente
humillante que un trainé ignorants se apropie de mi legado y lo convierta en un
chiste. Una burla a mi memoria, mi ejemplo y mi persona. ¡A mí, Napoleón! ¡Que
fusilé a miles de ciudadanos, muchos de ellos españoles! ¡Qué dirían sus
antepasados de conocer la saleté escrita por este auteur inconnu! Poubelle
malodorantes, ver ignorants. Quienes me conocen bien, saben que no me tiembla
el pulso cuando debo eliminar a mis enemigos. Que sólo un contraataque fuerte
de un contrario poderoso es capaz de frenar mi avance. Y si llega el caso
negociar; así ha sido con mi amigo el Duque de Armani. Rara excepción que
merece todo mi respeto, pues fue un valeroso adversario en los negocios y las
mujeres. Si bien con éstas me lo puso fácil: se retiró pronto.
En cambio, me hallo
ahora ante un esperpento comediante, ante la más baja escoria de esta juventud
irrespetuosa y desinformada, adicta al crack de internet, al chat y las páginas
de necedades tipo tuiter o feisbuc, y me arden mis demonios más fieros clamando
venganza. Porque a diferencia de mi amigo el Duque, yo sí quiero eliminarlo. No
concibo otro destino para mis peores rivales que la tumba. Propongo a los
presentes, y como señal de respeto a quien me acompaña, que después de
arrastrar el nombre de este personaje inmundo por los lodazales de la
desinformación colectiva tal y como el Duque sugiere, y una vez eliminada
cualquier traza de su reputación e imagen pública, pasemos a guillotina el
cuello del sujeto. Y luego arrojemos su cabeza al Sena, donde seguro se la
comerán los peces más peligrosos que Francia ha conocido, contaminado como está
no puede existir otra especie superviviente. Eso es todo, confío que nadie se
opondrá a mi recomendación.
De nuevo otro silencio,
esta vez solemne, como majestuoso ha sido su descenso de los cielos al
infierno; digo del escenario a la butaca. Ahora me doy cuenta de que Diego ha
acertado en reservar una primera fila para personajes ilustres. Protagonistas
así no caben en un asiento como el resto de los mortales, las cosas como son. Y
el notable lo merece, qué tipo. Qué imagen tan potente, qué presencia, qué
mirada, qué expresividad, qué oratoria, qué gestos, cómo maneja los brazos al
hablar, cómo se desliza por la tarima, qué poco le asusta la cuarta pared. Es todo
fuerza, claro que quien se ha enfrentado en cientos de batallas cara a cara con
los cañones del enemigo, no va a arredrarse ante un público minoritario como
este. Incluso a mí me ha convencido y estaría dispuesto a firmar su causa si
prometen cumplir el plan como lo ha diseñado. Pero no me fío y seguro que algún
mandado chapucero y vago lo estropea y acabo hecho pienso para los perros. Y
por ahí no: lo sentiría por el perro. Qué culpa tiene.
El grupo de gamberros
que venían con la pancarta de su compañía de teatro se ha puesto a hacer alguna
gansada. Gente con déficit atencional, seguro. La disertación de resentidos
comienza ya a extenderse demasiado. Y ni Diego ni yo sabemos cómo salir de esta
trampa en la que se ha convertido el “encuentro entre amigos”. Vaya unos
amigos, el que no quiere insultarme quiere fusilarme y el que no guillotinarme.
Un éxito que se dice. Amor, esto se debe a que hay mucho amor en el mundo. Y luego
me dice la tipa esa que por qué no escribo algo de amor, ¡no te jode!
¡Escríbelo tú si eres capaz! Que ya me reiré yo después, es fácil; tanto como
sacar faltas al trabajo de los demás. Lo chungo es hacerlo bien.
Esos del Ñaque son como
niños cansados tirándose objetos unos a otros. Cornetas, silbatos, pañuelos;
bobadas así que traían haciendo para entretenerse. Titiriteros sin público,
cómicos sin futuro, comediantes sin talento; bohemios de la vagancia y artistas
del ocio. Me lo han parecido nada más verlos acercarse por la calle y así está
resultando. Gente revienta actos sin educación ni paciencia. Claro que al resto
quizás nos hayan obligado a tener demasiada y no entiendo por qué tenemos que
aguantar una representación, una película, una videoinstalación de esas que
están de moda entre comisarios modernos y galerías punteras, o cualquier otra
cosa, si es un pestiño. ¿Es que nuestro tiempo de espectadores no vale? Quizás
haya llegado la hora de reivindicar algo de respeto por los espectadores. Que
normalmente ocurre al revés.
Se oyen voces al fondo,
entre el grupo de teatro y los vestidos de camuflaje. Vaya dos ejemplos de fauna
social tan distantes, y sin embargo han ido a caer unos tras otros. También ha
sido casualidad. O quizás porque el resto del público los ha evitado y sólo han
quedado esos asientos disponibles. Puede que yo también me hubiera apartado de
esa chusma.
Un momento, ahora que
me fijo… Entre los de camuflaje está la rubia, ¡mi antigua compañera en la Cía
56! ¡Pero qué sorpresa, una alegría! Por fin una cara amiga. Claro, en la
puerta no he podido verlos bien por la falta de luz y sus caras teñidas para combate
nocturno. Profesionales que son. Pero ahora sí, ¡son ellos! Sin duda el mejor
regalo que Diego me ha podido hacer: contactar con mis compañeros del frente.
Nada une tanto como la guerra. El cabo gastador, el enfermero, Zohet, David, Hazazel,
Yahvé y Ezequiel. ¡Todos! Los último eran del ejército enemigo pero qué más da,
eso es guerra pasada. Salvo al hijo puta del capitán Calero, lo demás lo he
olvidado. Qué satisfacción tan enorme, por fin gente en la que poder confiar.
Y es que el combate no
es como la vida, en él sólo hay dos bandos posibles: amigo o enemigo. Nada de
grises ni medias tintas. Los papeles se reparten desde el primer día y no se
cambian hasta la victoria o la muerte. Así da gusto. En la paz como en la vida
resulta imposible saber dónde tienes al enemigo, quién te está fallando, quién
es un traidor o quién se la jugaría por ti. Pero no en la guerra, en la guerra…
Todo es mejor. La guerra es definitiva, por antonomasia y definición.
Parece que los
estúpidos comediantes tienen ganas de bronca, uno de ellos ha saltado a la
butaca de atrás, ¡y ha caído sobre Zohet! Se oyen gritos, el público se vuelve.
La curiosidad es una rompecuellos.
-¡Que te quites de aquí
o te reviento payaso de mierda!
-Pero de qué hablas…
tronco… ñaque… que eres un ñaqueee.
-¡Cuidado con lo que
dices que te tragas la culata por la boca de soplagaitas que tienes!
-¡Oye tú, camuflaooo, a
mi colega no le griteees que te metooo!… Un dedo en el ojo…
-¿En el ojo? Por la
boca te meto yo esta bota, ¡so gilipollas! Mírala bien, ¡un cuarenta y seis!
-A que te metooo…
-¡A que os liquidamos a
todos, imbéciles titiriteros!
-Déjalo rubia. Que
entre todos no hacen un hombre.
-Por eso, yo les enseño
cómo mueren los cobardes, aquí tengo la bayoneta. Todavía con sangre, mira.
-Anda colega… la tipa
esta… mira lo que lleva encima… un machete… qué sobradaaaa.
-¿Un machete? Estos
tíos, quítamelos de encima que los liquido aquí mismo, ¡quítamelos David!
-No, no. Yo te ayudo.
No nos hemos matado a luchar para que mierdas como estos hereden una libertad
que no merecen. ¡Ridículos comediantes sin oficio ni beneficio!
-Tienes razón David, yo
no combatí durante años para imbéciles así. Tengo aquí munición, ¿y tú?
-Yo ya he cargado mi
AK. ¡En pie todos!
-Pero de qué vas…
colegaaa… Anda mira tuuu… una escopetaaa…
-¿Escopeta? ¡Hazazel,
enséñale cómo funciona tu escopeta!
-Eso está hecho. ¡Todos
en pie, todos en pie ahora mismo desgraciados!
-Oye Kristoff, ¿has visto?
Parece que hay jaleo ahí atrás.
-Sí, y estoy encantado.
Ya me estaba cansando de que me echaran tanta mierda encima. Me voy con ellos,
los conozco.
-¡Pero qué dices! ¡Son
peligrosos!
-¿Peligrosos? ¡Unos
valientes, eso son! ¿No me dijiste que te gustó el relato War? Pues ahí tienes
a sus protagonistas. Y estos no han venido a insultarme, ¡son gente de ley! ¡Me
voy para allá!
-¡Kristoff no! ¡Ven con
nosotros! Vámonos por la puerta de atrás y llamamos a la policía. Que venga y
pongan orden que para eso están.
-Carmen, tú vete con
tus poemas si quieres, pero yo me quedo.
-¡Kristoff amigo, no!
¡Son peligrosos! Vámonos te digo.
-¿Peligrosos?
Peligrosos son todos los demás. Lo que hay sueltos por aquí, por la calle. En
el trabajo, la escuela, el supermercado, la carretera. Incluso la iglesia. De
esos sí que hay que huir. De estos compañeros no, porque estos sí son
compañeros que entienden de lealtad y sacrificio por el grupo. Sólo en el
frente se conoce a las personas, cuando lo que tienen delante es la muerte y a
su lado el compañero que puede protegerles. Me voy con ellos, todo lo demás es
basura sin ideales, ni palabra, ni sinceridad, ni ley. ¡Me voy!
En dos zancadas me abro
paso entre la gente, alborotada ya en el medio del pasillo por el jaleo. Unos
en pie, otros aún sentados en sus butacas esperando que alguien ajeno les
resuelva la situación, que para esos los demás sólo están para servirles. Gente
egoísta y comodona, lo habitual. Saludo a mis ex compañeros, el cabo gastador y
el enfermero, y después a los líderes del bando contrario; los que
valientemente nos hicieron frente. Porque ellos también arriesgaron sus vidas
merecen mi respeto.
-¡Tiritas, cuánto
tiempo!
-¡Eh sinvergüenza ven
aquí, mi compadre!
-¡Míralo, si parece una
nenaza!
-Calla banderas, que lo
tuyo son los estandartes.
-Eh, un respeto, que mi
fusil y yo hemos resuelto muchas dudas.
-Tienes razón, Abisai,
hermano mío. Dame un abrazo.
El público se confunde
con mi espantada del escenario, creen que forma parte de la representación.
Estos personajes son muy suyos y en este tiempo que hemos compartido sólo se
han preocupado de sí mismos. Todavía no me conocen. Alguno, consecuencia de la
proximidad, pretende saludarme haciéndose el amiguito. Hay quien me sugiere un
autógrafo si compra mi libro, a modo de intercambio que aquí no se regala nada.
Otros, los resentidos de verdad, me miran desde la distancia, sospechando de
cada paso que doy o gesto que hago. Hacen bien, yo tampoco me fiaría de un
escritor. En un par de frases te cambia el destino de un capítulo entero, y con
gente así no se puede ir a ninguna parte. Casi los prefiero a estos: son mis
enemigos y nunca cederán. Sé a qué atenerme, pero los que ahora se arriman…
Malo, malo de verdad. Yo sigo con mi gente.
-Ven, nenaza, que te
voy a presentar a tipos de verdad. Hazazel, Yahvé, Zohet, David y Ezequiel.
-Hola, los conozco a
todos, antiguos enemigos.
-Hola Kristoff. Habíamos
oído hablar de ti, de cómo te jugaste la vida en Washington. A mí me dejó
impresionado aquel asalto al Chase Manhattan Bank.
-No creáis todo lo que
la propaganda dice, la guerra también se gana con las octavillas.
-Lo sé, pero aquello me
lo dijeron testigos de nuestro bando. Nada que ver con la propaganda. Sabemos
cómo son las cosas.
-Troncooo… qué os
rallaís… ¿no? Dejar al autor tranquilooo, colegas… que no hemos terminado… Yo
quiero intervenir, tengo aquí unos apunteees…
-¿Y qué hacemos con
estos soplapollas? Es tu acto, lo que nos digas Kristoff, hoy estamos a tu lado
para lo que haga falta.
Esa demostración de
amistad y entrega me emociona. Hago un esfuerzo enorme para mantener secos los
ojos, con mis valientes amigos delante no puedo mostrarme blando, les
decepcionaría. Y desde que acabó la guerra me he sentido perdido, sin
referentes. Sin nadie en quien confiar. Sin líneas claras que separen lo bueno
y lo malo, lo auténtico de lo falso. Desde que acabó la guerra en realidad vivo
una mentira, dando saltos por las ramas de los días, esquivando golpes
inesperados y trampas en el suelo. Desde que acabó la guerra ya no sé dónde
tengo al enemigo, porque creo que todos son el enemigo; y me siento solo. Somos
los excombatientes difíciles de insertar en la nueva sociedad de los cobardes,
pues esos mismos a los que defendimos con la vida son ahora quienes mayor
desprecio muestran por nosotros. Amilanados y espantadizos que ocultan
insultándonos todos sus miedos.
-Amigos, cuánto os he
echado de menos. Yo tengo la solución a este conflicto, y a todos los
conflictos. Pásame tu arma, Tiritas.
-Encantado Kristoff.
-Este es el plan, a la
de tres, abrimos fuego contra todos estos gilipollas, ingratos, y tramposos.
Personajes de cartón, llorones y asustadizos. No los soporto más. Necesito
liberarme. Igual que en su día liberamos al mundo de la tiranía económica, hoy
lo haremos de la dictadura del buen ejemplo. Seamos, amigos míos, un mal
ejemplo necesario para comenzar a construir todo de nuevo. ¿Os parece?
-A tu servicio, todos
somos uno, lo sabes.
-Gracias. Gracias
amigos míos. Cuánto os aprecio, no quiero volver a separarme nunca de vosotros.
¿A la de tres?
-A la de tres.
-Una.
-Dos.
-Tres.
Veinticinco minutos de
fuego rabioso, viendo saltar a unos sobre las butacas, a otros arrastrarse como
gusanos por el suelo. Alguno suplicando clemencia. Clemencia, ¡a mí! Que he
tenido que soportar a todos esos personajes los últimos meses como una
pesadilla. Apareciendo y desapareciendo con sus paranoias, sus obsesiones, sus
fantasías. Sus delirios. Veinticinco minutos de fuego viéndolos reventar como
muñecos. Tripas, sesos, sangre por la moqueta roja, por los asientos rojos, en
las cortinas rojas del escenario.
Sobre la mesa de
tribuna yacen los cuerpos de Diego y Carmen. Confiados que estaban de que contra
ellos no iba mi ira. Se olvidaron de la rubia: con el machete en el pecho está
Diego insertado en la mesa. A Carmen le ha metido un tiro entre los ojos. La rubia
no tiene compasión alguna, menos aún con las mujeres. Pero yo lo he visto todo
y no he sentido ningún remordimiento. Nada. Insensible al dolor ajeno que me he
vuelto en este tiempo de burlas, traiciones y peleas. Nada me duele perderlos a
todos.
A mis compañeros de
combate me dirijo una vez que se recupera el silencio, aún humeante el Bretón
por la pólvora quemada. Ahh, el olor a pólvora… A muerte, a final. A solución.
-Amigos, aquí hay unos
quesos. Yo tengo hambre, disparar siempre me abre el apetito. Tomemos algo que
esto hay que celebrarlo.
Los compañeros se
acercan y David, tomando un trozo de queso azul eléctrico con olor a pistacho
maduro y sabor a plátano y miel, exclama:
-Kristoff, ¡a tu salud!
Los demás, en círculo,
le siguen:
-¡Por el reencuentro!
-¡Por la amistad!
-¡Por la justicia!
-¡Por el valor!
-¡Por ti!
A lo que añado:
-¡Por mi familia, que
sois vosotros!
-Uhm… Qué bueno el
queso este.
© CHRISTOPHE
CARO ALCALDE
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