INDIGNADO JAPI BLUS
Queridos contemporáneos,
compatriotas, camaradas, colegas;
delincuentes en fin.
Me dirijo a vosotros
desde esta tribuna mágica del olvido
para indicaros el
camino a seguir.
Que no será por mí: jamás
cometí yo el error de predicar con el ejemplo.
Sí en cambio, fui
proclive hoy un experto,
al mal ejemplo.
Os he convocado a todos
en esta plaza del pueblo,
emblemática por
costumbre sanguinaria por tradición;
por la acostumbrada
tradición de sacrificios humanos
a voluntad de sacerdotes
y por la gracia de los dioses,
para trasladaros un
mensaje claro, desapaciguador y contundente:
la idea sublime de que
esta revolución sí será televisada.
No en vano, ya he
vendido los derechos de emisión
al mejor postor:
un canal porno que la
emitirá 24 horas en abierto.
Entiéndase esto como se
quiera.
Mis asesores de imagen:
peluqueros, maquilladoras,
quitalegañas,
limpiauñas, muerdepalillos.
Junto a mis asesores de
pensamiento:
redactores de
discursos, creadores de opinión,
marcadores de tendencias,
manipuladores,
cuentacuentistas,
chantajistas y extorsionadores en general,
me han aconsejado
sabiamente que dedique el tiempo mínimo necesario
a escuchar a los demás.
Que intervenga solo en
actos
que puedan ser
propagandísticos.
Y que valore con descaro
el costo-beneficio
de cada gesto que hago.
Pero hoy mis queridos
delincuentes,
y los que no
pre-delincuentes,
he decidido iniciar una
nueva etapa.
Más aún: una nueva era irrepetible.
Pues vosotros, y
especialmente yo,
no merecemos menos.
Hoy será el día que la
historia de los vencedores señalará
como el más importante
de este tiempo de turbulencias y tormentas.
De agitadores políticos
y resentidos sociales.
De camorristas,
gamberros y reventadores de conciertos.
Hoy, estimados todos
por parecerse a mí,
debo anunciar que me
fugo al otro bando.
Que me trasnfugo.
Que deserto sin la menor
vergüenza de mi puesto en el ejército
de persecución
legalizada,
llámese también de
salvación,
para comandar el batallón
59 del recién creado ejército
de durmientes indignados.
Que como todos sabéis,
no sólo son aquellos
que se manifiestan.
Está el número más
grande entre los que,
públicamente,
ni tan siquiera su nombre
se atreven a pronunciar.
A ellos, con mi
voluntad de servirme y mi afán por protegerme,
me dirijo:
¿A qué esperáis
malditos bastardos?
¿A que os llegue por
escrito la orden para la autodefensa?
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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