CADENA DE FAVORES
Pedir favores a la
gente es cosa complicada. No digo inhabitual,
digo mal solucionada:
tráeme esto; llévame tú
aquello.
Acércame a allí; guíame
tú hasta allá.
Déjame eso; préstame tú
lo otro. Ya veremos si nos lo devolvemos.
Si nos traemos y
llevamos, cuidado en dónde nos dejamos.
Que un favor es una
cesión, de tiempo y servicio.
Y una cesión viene a
ser un préstamo encubierto,
a la postre siempre descubierto,
de alto tangible o
cuantificable. Como sea,
mensurable.
Por tanto, monetizable.
¿Cuánto dices que te
debo?
El doble de lo que te
pagué a ti.
¿A cómo la hora de tu
tiempo?
A unidad y media de la
tuya. Que por un rato de charla
me cobraste dos horas
de mi vida.
¿Sabes tú cuánto
produzco yo en dos horas?
Tú, que ni en dos ni en
veinte haces nada.
Te presté la sal.
¿Dónde está mi azúcar?
¿Para cuándo esa harina
rebozada?
Y mi visita al
hospital, que me urgías, ¡te morías!
Al final resultó ser
nada. ¿Sabes qué pagué por esas flores?
¿La mitad que yo por
tus bombones? Por cierto ¿queda alguno?
¿Cuánto por las veces
que te regué las plantas?
¿Cuánto por las que yo
te guardé el correo?
Hubo un día en que te
presté el teléfono.
Hubo dos en que te di
tres sellos.
¿Hubo un tiempo en que
fuimos amigos?
No.
No hubo nada.
Sólo favores, préstamos,
servicios.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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