EL BUEN PROFESOR
Cruza la calle señor
Anselmo, resbala en un puñado de hojas secas, cae.
Me río, como es obvio.
Más bien me descojono,
es más sano.
Ay, señor Anselmo, quién
te ha visto y quién te ve.
O quién te vio y hoy no
te ve.
Es más cierto.
Quién te soportó todos
tus sermones,
tus amenazas
disfrazadas de advertencias,
éstas que decían ser
consejos;
éstos que nunca fueron
tales,
ni para nada nos sirvieron.
Profesor de lengua
aprendiz de literatura
aficionado de las matemáticas
nefasto en el inglés
pesado en las ciencias
naturales perfecto inútil con la plástica.
¡Tu mayor éxito!: lograste
como inútil llegar a ser una inutilidad perfecta.
Ay Anselmito Anselmito,
que con la regla nos pegabas y a los papás animabas:
a que nos zurraran por
desobedientes y malos.
¿O era por tus calumnias
tus paranoias tus chismes y fábulas?
¡Te hacían caso! Casi,
te obedecían.
Eras el señor Anselmo
al fin y al cabo.
Y eran otros tiempos qué
suerte que tuviste:
hoy los padres pegan a
los Anselmos por no domar a las fieras de la casa.
Léase educar.
Hoy son otros tiempos,
es cierto y no por ello buenos.
Ay Anselmito,
Anselmito, amigo de la burla en el reino de tu aula.
Única voz en treinta
niños ejemplo solo para ti;
para el resto un mal
ejemplo que mejor no seguir.
Aficionado a las
bebidas frías a las bofetadas calientes
a las expulsiones de
clase al suspenso por venganza
a la presión psicológica
a la depresión inducida.
A contar entre cuentos
y tus cuentos, muchas mentiras.
A arrojarnos el cepillo
a mancharnos de tiza.
A señalarnos con el
dedo a humillarnos en público.
¡Cuánto, es verdad,
de malo,
nos enseñaste!
¡Qué poco, una pena,
bien,
nos hiciste!
Ante mis ojos en el
suelo ahora te tengo, Anselmo de nuestros horrores.
Espera no te levantes yo
te ayudo.
Te remato.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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