SONRISAS Y LÁGRIMAS
Creí que
había perdido la capacidad de emocionarme.
Que nada despertaba
ya mis atorados sentimientos
aceleraba el
corazón arrancaba una sonrisa o me robaba una lágrima.
Ni nadie.
Hablo de
sentimientos no de festejos.
Creí que
esos arrebatos de alegría eran cosa de la infancia
y que con
ella se fueron.
Que la
felicidad es sólo una quimera,
una palabra
que perdió su espacio y su momento en la historia
sin dejar significado
de relevo.
Creí tanto
tiempo que reírse en exceso y con satisfacción
era un
gesto irrecuperable desde mi actual incapacidad mental:
aislado tras
las barreras del desencanto y el cinismo.
Tanto, que
descubrirme entre feliz y conmovido
por un
asunto intrascendente me ha dejado sorprendido.
Perplejo.
Intrigado.
Preocupado.
Disgustado.
Asustado.
Aterrado.
Mira, mira
qué lagrimones me caen.
Como puños
cerrados.
Y no sé si
son un acto de recuperación psicosomática
o un
puñetazo de mala hostia disimulada en la mesa de la vida.
Ahí donde
he de compartir las migajas con realidad e injusticia.
Ambas, tan
egoístas y glotonas como es su costumbre.
Quien con
estos comensales comparte,
con hambre
siempre queda.
© CHRISTOPHE CARO
ALCALDE
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