Entre tanto, el resto de plantas cultivadas seguía su lento pero continuo desarrollo ajenas al experimento. Indiferentes como la evolución a lo que pudiera venir. Visto así, no hacía nada distinto a lo que ya había ocurrido en la tierra a lo largo de los últimos tres mil quinientos millones de años; un ratito. Hojas secas de Loropetalum por aquí, una colonia de áfidos traviesos alojados en las petunias, nuevos capullos a disfrutar en las azaleas por el lado oeste. Lo habitual a lo que dedicaba el tiempo justo y no más del necesario. El interés estaba puesto en su investigación, lo único que conseguía quitarle el sueño; Fausto incluido.
Éste, arrepentido ya de haber cometido el error de construir El Refugio, refugió a su vez y más que nunca la propia soledad en el taller; taller por taller. Destrozando frustraciones a martillazos para reconvertirlas en angelitos negros. Con el paso de las semanas crecía el distanciamiento entre ambos: flores contra ángeles de mortero. Y desde la primera hora del día cada cual se iba con sus preguntas a su celda de trabajo y enclaustramiento, con my love lentamente metamorfoseándose en her own love y Fausto en his utter solitude.
La sexta semana de trabajo incansable her own love dio con un hallazgo importante. Gracias a su amplio conocimiento de la mente humana y su entrenamiento de años acerca de cómo manipularla, encontró el enlace químico suficientemente estable al que poder anclar un neurotransmisor. El primer paso para dotar de pensamiento a su creación estaba dado.
Como suele ocurrir en todo descubrimiento, no hay avance si no hay gesto serendípico. Y aquella noche tormentosa de un caluroso diecinueve de agosto fue una de ellas. Una noche que la humanidad y el planeta entero marcaría como el día cero, o noche, de un nuevo tiempo.
Her own love dejaba las ventanas del techo en la casita de flores entreabiertas para expulsar calor diurno. A las tres horas y veinticinco minutos de la madrugada descendió bruscamente la temperatura y un fuerte viento se presentó sin avisar, seguido de rabiosa tormenta eléctrica y violenta granizada que terminó por romper una de esas ventanas. Piedras de hielo como guisantes entraron en la casita de flores, triturando las plantas colocadas justo bajo la oquedad liberada. Entre ellas, la favorita: una Viola con pétalos Amarillo Nápoles y Rosa Sicilia. Atardecer y sangre llamaba ella a este pensamiento.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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