ABUNDAMIENTO.
A MAYOR
Las palabras resonaron en la sala como sirena
de faro
para este barco a la deriva en el que todos
naufragamos.
Ciudadanos de tercera en el viaje de los
malditos.
Enterrados en carbón, con las calderas. Carne
de hoguera.
Pronunciadas por aquel hombre de negro,
riguroso.
Delgado vegano en prácticas beff eater
renegado. De corazón explosivo:
no por amor, o sí. Por amor al trabajo.
Palabras que a cualquier leguleyo le asoman por
la bocamanga:
comodines para cuando la ocasión se presenta.
La ocasión de hacer trampas a esa justicia
furcia como ninguna y que,
en el fondo, nada le importa que se la metan.
Así es la partida donde delincuentes vestidos de
toga
defienden a criminales desnudos de toda
oportunidad.
¿No son los abogados delincuentes
reconvertidos?
Pero me estoy yendo del asunto
que hoy toca hablar del hombre. No de la
quimera.
A Töcrív, el de las palabras negras, le conocí
una tarde de toros.
O mejor, de cornadas.
De sangre en la arena de este circo de fieras
que es la vida:
otra puta como la justicia. Divina.
El malherido era yo, la fiera…
Ya quisiera ese gato panza arriba que
habláramos de ella, pero no lo merece.
El sanador, él: el de las palabras claras en la
sala.
En esa sala que no era Su Sala:
donde trileros, tahúres y actores se disputan
laureles de triunfos.
La primera vez que a su enfermería de primeros
auxilios acudí
marché confundido, no lo niego. Me despidió con
un:
“Déjalo que sangre. Que le dé el aire.
Piénsatelo si quieres volver.”
Yo, que esperaba un buen vendaje constrictor
un ungüento cataplasmático de curandero
tramposo,
para matar los gusanos que se me comían la
carne,
una calada de pipa de chamán drogadicto que
engañara mi percepción de las cosas
confundiera mi entendimiento y me creyera un “No
te preocupes,
esto yo te lo arreglo con dos golpes de
efecto”.
Propio del leguleyo con comodines a la vista.
Con vocación de perdedor y minuta de ganador. Del leguleyo que no era ni es.
Marché de allí sangrando por las calles del
mundo. Ese que me esperaba fuera:
otro cabrón con piel de cordero.
Volví.
Ya no te quedan gusanos –observó.
Pero la cicatrización será lenta, ten
paciencia. Y confía en mí.
Ahora sí.
Desacostumbrado a la atención ajena y los
cuidados de desconocidos
tuve una convalecencia con dudas, sospechas y
preguntas sin respuesta directa.
El tiempo ha contestado por él. Darle la razón,
digo.
Aún conservo los puntos, pero cada vez que lo
veo
al hombre de negro al enfermero al preclaro al
abogado, no al leguleyo,
pronto alguno se cae.
Con los años aquella cornada será un oscuro
recuerdo.
Negro también como la justicia las togas los
delincuentes los criminales el mundo.
La vida. A ratos.
Sé que estoy en buenas manos. Ya no pongo
reparos.
Que siendo un profesional del arte y ensayo que
se representa en juzgados
guarda varios ases bien ocultos en la
bocamanga.
Y que aunque esta partida no esté ganada
tuve a mi lado al mejor. Profesional del noble
arte de defender lo que es justo.
Por mucho que la justicia, con sus leyes hechas
de trozos de remiendos y errores,
se empeñe en jodernos la vida.
Con el tiempo,
creo que también a un amigo.
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