THE
COUPLE
Alejandra y Sólomon pisaron ayer suelo patrio.
Patrio para los que de este lado de la patria
viven. Los de fuera,
esos son unos apátridas.
No hubo festejos ni comité de bienvenida.
Ni cornetas tambores desfiles presidentes o
reinas que los recibieran.
Apenas dos familiares. Con cara de pena alegre
uno.
De circunstancias el otro.
Los años y la distancia, que nos olvidan a
todos.
Alejandra y Sólomon huyeron de su país allá por
el año dos mil y poco.
Con visa de trabajo para un trabajo de
esclavos.
Uniformados de blanco
atendieron a cientos de enfermos en docenas de dialectos
distintos.
Con dolencias nuevas sin medicamentos conocidos.
En un desierto de ese mundo desierto donde
silbaban las balas de clanes
como silbaba el viento por las rendijas de un
consultorio hecho con tablas y cartón.
De chinches y cucarachas. De Chagas, miseria y
desnutrición.
A pesar de todo, ellos estaban bien.
Porque estaban mejor que lo dejado al
principio.
No era su destino, y abandonaron también aquel
país de petróleo y Bienmesabes.
De corrupción, violencia y hermanamiento con
los Castro:
otro dictador que no morirá ajusticiado.
Sobornando a taxistas y guardiafronteras
atravesaron la raya que separa lo negro y lo blanco:
el petróleo, ya lo he dicho, y la cocaína. Esto
no.
Allí no trabajaron de muleros, pero sí como
mulas.
Apilando sudores y cajas de cartón:
para embalar con mimo los sueños y llevárselos
lejos.
La embajada del país de las barras y estrellas
de la democracia por bandera y de las banderas
quemadas
les abrió la puerta que da acceso al exilio
directo.
Y directos al corazón del imperio.
Papeles nuevos visa nueva residencia nueva.
Ropa usada, coche usado, casa vieja. No importó:
los sueños habían llegado intactos.
Y las ilusiones crecidas como lo hacen los niños.
Otra vez haciendo de mulas. Cuidando malvas o a
punto de serlo.
Dieciséis horas seis días a la semana.
Y todo para la hucha. Que algunos sueños sí
cuestan dinero.
Alejandra y Sólomon ya sumaban seis años fuera
de casa.
De mamá de papá de hermanos de amigos.
De colores sabores olores. Música.
No era suficiente.
Con el calcetín lleno de monedas de plata
conseguidas con sangre de oro
dieron un último salto. Hasta la fecha.
Diez mil kilómetros al este arribaron puerta. De
desembarque.
Wellcome home. We speak spanish.
Sólomon y Alejandra ya llevan un año en este
suelo de apátridas.
De desencantados asustados y huidos.
Y las cosas han salido a medias bien. A medias
mal.
No saben ahora qué medio vaso mirar:
¿está lleno o vacío con lo que se ha
conseguido?
Aunque no todo ha sido perdido:
han ganado, peso, y una familia entera.
En ella hay abuelos nietos cuñados primos.
Las hay con cara de felicidad perpetua.
Y el de las circunstancias, ese, ese no cambia.
Tampoco se lo tenemos en cuenta. Es un gruñón de confianza.
Sin embargo al último traslado no sobrevivieron
los sueños.
Demasiados golpes en este país descuidado. Y de
guantazos.
Habrá que inventarlos de nuevo. Que soñar,
al menos soñar,
sí podemos.
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