sábado, 26 de mayo de 2012

INTERÉS






INTERÉS


El día que fuiste al banco, allá por los años… no sé.
Te ofrecieron todo el oro del mundo. O casi.
En la página noventa y nueve de un contrato de cien,
de cien veces leonino cien,
escrito estaba la parte que se quedaba él.
Y aunque grande fue la tajada, qué otra cosa podías hacer:
el casado casa quiere. No había otro camino
para dejar el hogar.
El de papá y mamá.

Felices aquellos años en que, aún viviendo en el filo,
todo parecía seguro. También el filo.
En verdad, sólo eras uno en el grupo de los cien mil condenados.

Pero en aquel contrato de fieras,
de fieras contra cristianos,
no hipotecaste tu casa. Fue, sí, la vida entera.
Claro que esto lo sabrías después, cuando ya no te perteneciera.
Tarde para retroceder.

En ese tiempo las cosas eran distintas.
Había esperanza, ilusión, alegría. Creías en el futuro.
Misma gente, pero otro ambiente.

A golpe de tarjeta fuiste amueblando tu hogar:
unas horas extra y el mes que viene arreglado.
Con el primer hijo en camino te diste un lujo compensatorio.
Lo llamaste necesidad.
De un coche con maletero más grande.
Cuatro puertas, pasó la edad de dos.
Cuatro altavoces de graves.
Cuatro ruedas off road. La seguridad es lo primero.
Un viaje a las islas Maldivas: turismo cultural y lingüístico.
Pillado de oferta overbooking. Quién sabe si será el último.

El niño ha cumplido diez años y es un muchacho muy listo.
Siempre le gustó dar patadas, así que será futbolista.
No conoce otro sitio en el que por ello te pagan:
una pasta por dar a tus compañeros grasa.
Pero antes de que llegue a eso aún nos queda un buen trecho,
que mandaron a papá al paro y no alcanza para botas guapas.
Ni balones de reglamento.
Así se pasó dos años, desde que perdió el trabajo pintando,
quién lo diría, grandes billetes de banco.
Y aunque nunca tuvimos dinero, llenos bajaban los ríos.
Todo era papel mojado.
Pena de inundación que no nos cogió con ellos.
Papá tiró la toalla antes de tirarse a ese río, hoy seco,
donde se rompió el cuello.

Mañana perderemos la casa. Por orden judicial al banco,
el que nos prometió el oro. El oro que fue para él.
La casa y la vida, también.

Mamá ahora se tiñe el pelo: le han salido mil canas.
De las arrugas no hablamos, que no hay para éstas milagros.
Trabajará el resto de sus días y no saldaremos la deuda:
por aquel contrato de usura.
En círculos de gente puesta lo llaman interés de demora.
El niño, a los dieciséis, a dar patadas.
A los de la fila del paro, pues, quizás quedándose solo,
pueda que le den algo.

Hoy los balones de reglamento los ve por televisión.
Y ha pedido prestado para un nuevo par de botas. De monte.
Se va de leñador al bosque, a vivir en una cabaña que hará con sus propias manos.
Nadie sabrá dónde, para que no se la quite el banco.
Afirma que no volverá.





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