CONTRA
Ayer conocí a un miembro del frente para la
liberación de las Naciones Unidas.
Activista,
ahora no se puede decir revolucionario porque
las revoluciones son para los violentos.
Las revoluciones sangran hacen ruido humean y
huelen.
Y eso, eso no se puede.
Activista, decía, comprometido como pocos por
las causas perdedoras.
Él defiende que son las únicas por las que vale
la pena luchar.
Al no prosperar, no dejan huellas. No cambian
la sociedad para mal.
No ponen nuevos tiranos en el poder de los
injustos.
Envuelta su cabeza en una bandera blanca, por
el calor,
y bien pertrechado con toda clase de armas de
juguete
cantaba a pleno pulmón enfisémico el himno de
los contralegionarios:
“un
globo dos globos tres globos. La vida es un globo que se me explotó.”
En su discurso se oían frases como:
desunión de las naciones
fusión fría de los poderes público privados
atomización de la sociedad para energía verde y
duradera
desdemocratización de la política inactiva
reestructuración de las infraestructuras político
económicas.
Y la mayor novedad incorporada a los discursos:
“planes de rescate para pobres”.
Donde cada rico dividirá su fortuna en tantos
pobres como sea posible.
Aún no había pensado en el efecto secundario
indeseable
de una sociedad donde sus miembros dispusieran
del mismo capital
y el subsiguiente repunte inflacionista.
Pero estaba en ello.
Me convenció con su mensaje flemático y sin
emociones.
Cual feligrés le seguí durante un buen par de
metros,
lo necesario para darme cuenta de los
inconvenientes.
Y de que no vale la pena tener líderes:
siempre pasan la cuenta.
Por mucho que digan que son el pueblo mismo.
Ni tenemos cuentas para repartir
Ni estamos para cuentos.
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