miércoles, 2 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVI (relato alargándose)


Fausto y el anciano fiel se quedaron atónitos. Medio minuto después del impacto emocional, éste se acercó al precipicio. El otro impacto, el físico contra el muelle de piedra, se produjo antes. Ninguno lo oyó, pero a esa velocidad contra una superficie indeformable al viejo no le quedó un hueso sin romper en varios pedazos. Ni un órgano interno sin estallar. El golpe fue tan brutal que el abdomen reventó expulsando trozos de estómago y su contenido contra la camisa, con tal fuerza que rasgó varios botones y aquellos salieron del cuerpo; a rodar por la piedra o sumergirse en el mar. La pelota del cráneo quedó aplanada como un libro, no un libro grueso, un tomo decente lleno de contenido; sino un volumen delgado viejo y sin sustancia. Los ojos saltaron disparados como pelotas de goma y los dientes, cuatro auténticos el resto postizos de oro eterno robado a los muertos del frente, esparcidos por la plataforma o arrojados al agua. Al igual que el cerebro, un puré grisáceo y rojo segundos antes capaz de tomar decisiones articular palabra o inmiscuirse en una disputa, indistinguible ahora del puré de manzana con fresas. Los pedacitos caídos al mar fueron ingeridos rápidamente por los peces, siempre atentos y hambrientos. Los dientes quedaron en el fondo como inútiles objetos perdidos. También los de oro.

Si no fuera por las ropas, nadie hubiese reconocido aquel cuerpo como humano. Bien podría pasar por restos de casquería envueltos en trapos viejos. O despojos para los perros, producto del despiece de animales grandes: caballo, vaca, cerdo adulto. La constatación irrefutable de que el milagro de la vida era algo más que una agrupación celular, pues esas mismas células que antes estructuraban el cuerpo de un hombre, seguían ahí; casi todas. Sólo que ahora ligeramente desordenadas.

Arriba, el superviviente Smitz se volvió hacia el superviviente Fausto e insultándolo le embistió como un bisonte. Tirado en el suelo, comenzó a darle puñetazos, reviviendo quizás algún episodio en el combate. Fausto, que no esperaba tal reacción, tardó unos segundos en responder, pero cuando lo hizo se revolvió con tal violencia que en un par de maniobras defensivas ya estaba estrangulando al anciano.






© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



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