jueves, 3 de octubre de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte LVII (relato alargándose)



Con las manos sangrándole por los cortes y los dedos agarrotados de reptar por la escalera, exprimió la garganta arrugada y débil de aquel septuagenario peleón. Demasiado habituado quizás a resolver sus conflictos por la fuerza.

Sentado sobre el pecho de éste, presionó y presionó tan fuerte tanto tiempo tanta rabia acumulada gritando muérete cabrón muérete, que Smitz obedeció y en cinco apretones ya lo estaba. A pesar de ello, empujado por la ira y cegado por la rabia siguió castigando hasta que el dolor de las heridas y el sangrado le dejaron sin fuerzas. Después, se dejó caer sobre la hierba, al lado de su víctima, mirando el hermoso azul de aquel bello día de primavera calentado por un agradable sol. Ajeno a todo, el mundo seguía girando.

Al poco tiempo se levantó. No sabiendo qué hacer con el muerto, miró a ambos lados: nadie a la vista. Cogiéndolo por los tobillos lo arrastró hasta el precipicio y, sentado en el suelo por miedo a caerse él también, lo fue empujando con los pies hasta que la gravedad, la del otro anciano, se lo llevó al fondo. Cayó cerca de su amigo con similares resultados. Excepción hecha de un ojo que no saltó, que la dentadura postiza en cinco pedazos no alcanzó el mar, y que una pierna con prótesis de cadera se separó del cuerpo. Apenas retenida por hilachas de piel y músculo debió golpear en algún afilado saliente que la rasgó. Ésta sí se hundió en el agua, con el pie bien protegido en su bota Bodysaver.





© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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