-Entonces… ¿Tú por qué razón estás aquí? Quiero decir, ¿por qué sola?-Mon dieu, ¿y tú? ¿También vas solo, no? He estado observándote desde que subíamos la pasarela, iba un poco más atrás. Y no te vi hablar con nadie ni despedirte. Nadie en su vida, pensé. Así que me dije, otro fugitivo.
-¿Fugitivo, por qué? –temió ser descubierto. En realidad, sí lo era.
-Aquí somos todos unos huidos. Algunos vamos solos y otros cargan con toda la familia. Esto es un éxodo organizado previo pago del billete.
-Tienes razón. –Los temores de que alguien conociera la verdadera razón de su viaje se disiparon.- Parece que todos estuviéramos escapando. No hay más que ver las ropas, los petates que lleva la gente. Equipo de refugiados.
-Así es. Al asalto del primer barco que abandone el país.
-¡Y el continente!
-Cierto. Mejor cuanto más lejos. ¡Ay!
Un golpe brusco de mar embistió el carguero por estribor, escorándolo peligrosamente en sentido contrario. Algunas mujeres del pasaje gritaban, junto a los niños y también hombres. En cubierta, el amarre de los toneles cedió y éstos comenzaron a rodar como bolas de billar, impactando y rebotando con el resto de la carga que malamente resistía el castigo de las olas, y ahora el de los diecinueve toneles descontrolados. Impulsado por el agua uno fue a empotrarse contra la pared exterior del refugio, lado de popa.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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