martes, 11 de junio de 2013

12ª PAG. DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO



La oficina era un espacio frío con unos treinta metros cuadrados para el público. Miré a mi alrededor mientras el empleado me miraba a mí, observando mis movimientos y estudiando mis dudas. Tal vez pensó por mis zapatillas y escasa ropa que era un atracador. A la derecha de la puerta de entrada di con la pared de los apartados. No podía ser otra cosa, toda cubierta con pequeñas puertas metálicas de arriba abajo. Más bien parecía un pequeño cementerio con diminutos nichos para las cenizas. O gorriones. Antes de que el tipo comenzara un interrogatorio que se presumía severo, respondí:


-Vale, muchas gracias.


Mejor cuanto más escueto. Ya he dicho que debía aparentar seguridad y confianza; y habitualmente no tenía ni lo uno ni lo otro. Otra práctica teatral, por tanto. Con tres zancadas de hombre con mundo estaba frente a las puertas de esos apartados. Efectivamente, ¡999 nada menos! En realidad, mil. Si contamos la número 0, la primera. Que ya se sabe lo que pasa con el olvido de los ceros. Todo el mundo que seguía el calendario gregoriano festejó con histeria colectiva la entrada en el siglo XXI el año equivocado. Y una vez iniciado el efecto contagio, ni las cuentas del más sesudo matemático ni las llamadas a la cordura de grandes pensadores contuvieron a la muchedumbre. Más inclinada a prestar atención a marcas comerciales y al televisor. Así funciona el ser humano: en masa es un perfecto imbécil. Menos ser y menos humano cuantos más seres hay en la muestra.

Como imbécil debí parecerle yo al empleado de la oficina. Sin más clientes que atender no me podía quitar ojo. Seguro que sospechaba. Proseguí con mi actuación.

Localizada la puerta 823, sentí un gran escalofrío, una punzada de nerviosismo me bajó de nuca a pies. Por un lado quería estar equivocado, la sorpresa de encontrarme ahí no se sabe qué me asustaba. Las noticias que caen repentinamente acostumbran a ser malas. Así que quizás mejor volverse de vacío: si no ocurre nada tampoco puede ser malo en este caso.

Por otro, faltaban unas horas para abandonar ese país. Ya tenía el billete, las maletas… Si era otra citación del juzgado salía de allí disparado a por mis cosas y en una hora estaba en el aeropuerto facturando. Dispuesto a pasarme el resto del tiempo escondido en los lavabos, tras las torres de


© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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