Sentí alivio por ambos. El tipo del mostrador parecía estar a un solo sensor de dispararse como alarma terrorista, y yo de que me estallara el corazón. No sé si por su presión fisgona o mi nerviosismo expectante. Quizás ambos.
Frente a mis ojos un cubículo silencioso como un armario ropero y lleno de preguntas como un baúl. Si además fuera repleto de tesoros como un cofre, el instante hubiera sido memorable. No parecía.
En lugar de collares, sortijas, broches de oro y coronas de esmeraldas y rubíes, un nicho lleno hasta la bandera de la victoria, con sobres. Me parecieron cartas. Aparentando una conveniente tranquilidad y conocimiento de la situación, extraje un par de ellas como quien ha dedicado media vida a esa labor. Efectivamente, eran cartas… ¡dirigidas a mí! El remitente, un tal Haimerich. Haimerich Expósito –Tamaña contradicción –murmuré. Pero lo que me dejó perplejo fue que procedían ¡de España! -¿España? –me pregunté. Sí que era una sorpresa.
Extraje más sobres y en todos se repetía el patrón: Haimerich Expósito, Alameda de los Infantes, Jarandilla de la Serena, España. Un desconocido Haimerich me había enviado cartas desde un país en el que nunca había estado y por el que ningún aprecio tenía. No podía ser de otro modo pues España fue durante décadas el destino preferido de jubilados alemanes, ingleses y rusos. Alejado refugio donde muchos compatriotas decidieron malgastar su jubilación. Lo cual a mí siempre me pareció profundamente egoísta y contrario a los intereses de Alemania. Ésta pagaba, España se quedaba esos ahorros en territorio enemigo sin más mérito que el clima y unas playas echadas a perder en la gran orgía de la construcción. Arena sucia, cerveza de mala calidad, comidas de playa recalentadas, moscas, calor, bares a reventar de extranjeros, apartamentos en altura, destrucción de los ecosistemas, toros desangrándose en la otra arena... Eso era para mí la España que tanto seducía a los liberados del trabajo. Y si la situación me parecía injusta, el destino me resultaba infame. Pero así era el libre tráfico de personas con sus escasos capitales.
Y esto tuvo graves consecuencias en las economías europeas. Transformando el aparente oasis inicial en un estanque de aguas putrefactas que contaminaron la capa freática del continente intoxicándolo: libre circulación de bacterias parásitos y toxinas. No era el momento de hacerse preguntas ni reflexiones profundas, saqué el paquete
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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