martes, 18 de junio de 2013

COMITÉ DE SABIOS. Parte VI



Apreté los puños contra el volante por no atizarle: el regalo… Pero de buena gana lo habría reventado ahí mismo. Resultó que, con tanto sí pero no, me despisté pasándome el enlace según instrucciones de mi viejo compañero. En su pantalla: recalculando ruta. En el nuevo:

-Bien, bien, bien. Ha contribuido usted a proteger el medio ambiente. Cero punto ocho litros menos de consumo son veinte gramos menos de hollín, y cero punto cero tres gramos menos de CO2 liberados en la atmósfera. El ártico ha perdido cincuenta kilos menos de hielo que por su anterior ruta. Hoy una osa polar tendrá tres comidas, con las que producirá leche suficiente para amamantar a sus dos crías. El índice de supervivencia de éstas se ha elevado del diez al doce por ciento gracias a su colaboración. Considérese un hombre de bien. Le muestro mis respetos en representación de todas las especies del planeta, salvo la suya que nunca agradece nada.

-Ruta-Calculada-Peaje.

-¿Cómo que peaje? –le contesté al viejo como si me escuchara-. ¡Yo no quiero ir por autopista! ¡Claro, como me he saltado el desvío! ¡Maldita sea!

-¡No haga caso, no haga caso! ¡Olvídese de este retrasado! Siga recto, piense en el medio ambiente, no dé acelerones, cambie de marcha…

-Peaje-A-500-Metros-Manténgase-A-La derecha.

-¡Que no quiero ir por autopista, cojoder!

-¡No haga caso! Siga recto, reduzca velocidad, está contaminando en exceso. No se tensione, su corazón se lo agradecerá. Siga recto.

-¡Que te calles ya! –acabé gritándole al aparatito.


Nuestra relación no había comenzado con buen tono, y me sorprendió pues con mi antiguo GPS todo fue cordialidad, comprensión, espíritu de equipo. Casi dulzura. Y una complicidad que más de una pareja hubiera pagado cien sesiones de terapia inútil para conseguirla. En equipo no hubo tramo de carretera ni gasolinera ni aparcamiento que no encontráramos. Aquel viejo compañero me guió como un fiel lazarillo durante años. Incluso su voz, aunque entrecortada y a golpes, ya rivalizaba en mi subconsciente con la de mi fiel y amantísima esposa. En algún momento llegué a pensar si no le estaría yo siendo infiel: hubo tocamientos, la programación del aparato no se podía hacer sino metiéndole mano, o dedos. Hubo comunicación, hubo incluso algún grito por mi parte. Pero lo que más hubo fue un gran sentimiento de alivio cada vez que alcanzaba destino.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE



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