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martes, 11 de junio de 2013
8ª PAG. DEL NUEVO PROYECTO LITERARIO
rueda de prensa el jefe de policía, aseguraba que las entregas se hacían en un apartado de correos, el 976 de la oficina postal en la Frankfurter Allee. A día de hoy desconocemos quién era el receptor, pero sí sabemos que en el mencionado apartado la policía decomisó dos millones de marcos. Esta cantidad fue…
-¡Ya lo tengo! –me dije-. Ocho de la mañana, veintitrés de agosto, ¡no puede ser una coincidencia! La A es un apartado de correos, ¡el 823!
De un salto me incorporé para vestirme con urgencia. Tenía seis horas antes de tomar el avión, tiempo más que suficiente para ir a la oficina de correos y averiguar si estaba en lo cierto. Me calcé mis zapatillas de deporte prisas y huidas, y después de un lavado de gato dos sorbos de leche tres galletas de fibra y noventa y siete escaleras ya estaba en la calle. Joder, sí que hacía frío para un mes de agosto. Pero mejor: podía hacer las cuatro manzanas que separaban el portal de la oficina más próxima a la carrera y sin sudar una gota.
Con una mezcla de intriga y entusiasmo comencé a correr. Debía exprimir ese subidón cercano a la felicidad tan esquivo. En los últimos tiempos, desaparecido diría. Todo habían sido dramas disgustos facturas amenazas y malas noticias. Cómo vivir así sin sustraerse al deseo de tirarse por la ventana. Quizás porque ya lo hizo el vecino del tercero y sobrevivió. Dejó en el intento un coche con el techo hundido, y él para siempre hundido en una silla de ruedas con lesiones cerebrales irreversibles. Su intento de huída de una realidad en ocasiones dura se transformó en una estancia cruel con carácter permanente. Era pura baba e idiotez, el pobre desgraciado.
Ese ejemplo cercano acobarda a cualquiera. Si había que seguir con esta vida de mierda mejor hacerlo entero y en plenitud de facultades para luchar de tú a tú con el maltrato diario. A puñetazos con la vida: más recibiendo que dando pues aquí iguales todos no somos ni lo fuimos nunca. El caso de mi vecino no era sino otro más en la lista de parados de larga duración que antes de verse humillados en la calle sin nada con qué taparse preferían tirarse a ella. ¿No era una puta la calle? Pues por eso.
En mi carrera de mediana intensidad con emociones olvidadas pude observar al pasar y a mi pesar la exposición de carteles en las lunas de los escaparates con la frase más repetida del momento. No, no eran las rebajas
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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