sábado, 15 de junio de 2013

COMITÉ DE SABIOS. Parte I.



COMITÉ DE SABIOS

Aquel día amaneció especialmente raro. El cielo estaba en su sitio y las nubes donde suelen. Incluso el amarillo del sol era similar y éste seguía redondo, pero algo extraño que no era aire ni polvo en suspensión flotaba en el ambiente.

Tampoco en el ambiente de trabajo hubo cambios sustanciales: otras ocho horas con descanso de cafeína e interruptus de nicotina ciclotronando todo lo que se mueve. Sí, yo era el ciclotronador del barrio, a falta de voluntarios alguien debía sacrificarse por la comunidad. El delirio de las autonomías celosas había traído estas orgías: hospitales de campaña en patios de colegio; equipos antidisturbios con hilo musical en geriátricos; helicópteros de emergencias sin piloto y drones en cada mercadillo de plaza; agencias de espionaje en inauguraciones dotacionales. Y un ciclotrón por cada cien habitantes. Para reforzar la medicina preventiva, dijeron, había que invertir invertir invertir, la situación.

Como digo, aquel día se despertó raro aunque mi jornada en el trabajo transcurrió sin sobresaltos. El operador de cámara, así llamado por su afición a jugar en la cámara hiperbárica en los tiempos de descanso, y por su menos confesa tendencia a colocar cámaras espía en probadores gimnasios y duchas, encontró unas moléculas sin etiquetar en un cajón desastre. Él no sabía leer, por eso pegaba etiquetas de colores en nuestra colección de moléculas disecadas: la envidia de los colegas y el asombro de la ciudad la provincia y el país; poco dado éste a asombrarse ya por nada. Pero en ninguna otra parte utilizaban estge sistema de identificación y, claro, surgen las rencillas. Una vez que fuimos portada en la revista 
Jarilla, Sedal y Cuerdas Para la Décima Dimensión, a las autonomías les faltó tiempo para contratar personal marcador. 

Como siempre, fallaron en la selección: buscaban personal altamente cualificado varios títulos universitarios muchos idiomas cuerpo de atleta sexualmente activos y mirada de KGB, para pegar etiquetas. Cuando el truco estaba en que no supieran leer ni escribir, y no babearan ni se masturbaran en público. Así, primero no perdían la motivación y segundo no nos avergonzaban como centro de referencia cada vez que aparecía una visita ilustrísima con su nube de fotógrafos: unas tres veces por semana que había dura competencia entre consejeros para salir en los medios a falta de tres semanas para las elecciones.




© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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