Únicamente rompía aquel espejismo de agua y cielo algún barco en su lenta marcha hacia otro continente. Fausto los seguía con la mirada perdida, añorando quizás ser un grumete o polizonte del que fuera más lejos y escapar así de su castillo con sus mazmorras y sus condenas. Este lugar es una tumba –solía decir cuando perdía su vista y pensamientos en ese gran azul.
Próximo al acantilado el fondo rocoso era en ocasiones una trampa mortal para pequeños barcos de pesca. Trabajadores que arriesgaban sus vidas por unas buenas capturas, y a veces la perdían. Él mismo fue testigo tardío de más de un naufragio. El primero, una mañana de paseo por el borde del precipicio en la que encontró los restos flotantes de un barco golpeando contra las rocas. Y un par de cuerpos inertes sacudidos por las olas como muñecos rotos. No llamó a los servicios de emergencia no avisó a nadie y dejó que la naturaleza violenta siguiera su curso como siempre había ocurrido: la vida es la antesala de la muerte, un breve prólogo antes de la eterna historia que ya no presenciamos.
Desde la muerte de su madre en complicadas circunstancias, hubo una época en que para Fausto los cadáveres de ahogados estrellados por el mar contra su acantilado, técnicamente era de su propiedad, eran las únicas visitas que recibía. Las observaba desde su punto de vista elevado en posturas dramáticas, inexpresivas o grotescas. Mecidos suavemente si era calmo el oleaje, o colgados de las aristas cortantes de las rocas cuando bajaba la marea. Con la ropa hecha jirones o desnudos: adivinándose en su piel los golpes mortales dados por la piedra. El más bizarro, un pobre diablo que quedó colgando de una grieta atrapado por un pie. Cabeza abajo, con la otra pierna deformada y los brazos caídos apuntando al agua parecía un bañista congelado en instantánea previa al chapuzón. Comido por las gaviotas y embestido por la marea allí permaneció durante semanas. Hasta que se partió el tobillo y un día desapareció volviendo a dejar el paisaje deshabitado. Fausto lo supuso al ver el pie solitario y huesudo en la grieta encarcelado.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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