domingo, 4 de agosto de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XVII (relato breve)







Mucho antes de sus angelitos negros con los que se resignó a ganarse la vida por imposiciones del mercado, y porque el dinero heredado no iba a durar eternamente, probó suerte con la fotografía: el arte cómodo para los que escaso talento tienen, se decía al respecto con frecuencia. Apunte dispare y pruebe qué sale. Apunte dispare y pruebe qué sale. Apunte dispare y pruebe qué sale, era su mantra cuando salía al campo cámara al hombro y mochila llena de objetivos y películas a la espalda. De alta sensibilidad y blanco y negro, principalmente. Por aquello de que el blanco y negro también parecía ensalzar la sensibilidad… del espectador. 

Comprobó rápidamente que cualquier fotografía mediocre a todo color cruzaba la frontera de lo artístico fácilmente con tan solo disfrazarse de luto. Negro riguroso para sujetos escala de grises para objetos pálida luz para alumbrar una escena, y pieza de arte en un click con tres giros de anillo. Uno par el enfoque otro para la abertura el tercero la velocidad. Altas a ser posible pues él prefería el disparo rápido. La instantánea verdadera sin manipulaciones compositivas. Con el ángulo adecuado, la composición siempre estaba ahí, sólo había que moverse para elegir el mejor encuadre. Y listo. Todo se reducía a los tres anillos, tres parámetros simples con los que repetir hasta el aburrimiento la fórmula del apunte dispare espere. A ver qué sale.

La parte más engorrosa del proyecto era acercarse a la ciudad cada semana para el revelado. Soportar los comentarios estúpidos de la dependienta con cada nuevo rollo entregado. Lo que sin duda le ponía aún más en guardia: significaba cuánto había chismoseado aquella flaca de dientes careados piercing en la nariz manos de pelapatatas dedos de fumadora cuerpo de anoréxica enferma. El erotismo perdía todo significado en las hechuras de aquel personaje ínfimo que osaba criticar la obra de Fausto. A la par que sobaba asquerosamente su trabajo mientras decía las idioteces habituales.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE

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