lunes, 12 de agosto de 2013

PÉTALOS DE PENSAMIENTO, parte XIX (relato breve)



Y la parte de la estancia donde lo guardaba o exponía para la observación: un mausoleo un cementerio una fosa común en la que arrojar cuerpos sin descanso. No sabía si por la fotografía se había convertido en un cazador o un asesino: el cazador mata seres inocentes el asesino deja huellas, ninguna opción le gustaba.

En una visita a la ciudad descubrió casualmente un local donde exponían con frecuencia trabajos fotográficos. De todo tipo, una puerta abierta al exhibicionismo patológico de los artistas, colaborador con la Asociación de Fotógrafos Provincial y disponible por un módico precio a cualquier solicitante. Fausto arregló dos exposiciones de prueba aprovechando una oferta dos-por-uno-la-segunda-unidad-le-sale-gratis. Puro marketing conveniente para hospedadores del desencanto. Ambas fueron un éxito pues cumplieron expectativas: sus fotos no le interesaron a nadie y tan solo el gerente, él mismo y dos despistados que pasaban por allí buscando una zapatería estuvieron presentes en la primera inauguración. En la segunda, a los despistados les sustituyó una anciana casi sorda vecina del barrio y con la bolsa de la compra en el regazo. 


¿Puede ayudarme, joven? Vivo enfrente, ¡en el tercero! ¡Sin ascensor! ¡Ya está vieja una como la casa! –le dijo la buena señora nada más cruzar la puerta del local. Fausto le subió la compra sin remordimientos, no esperaba nada y ésta sí era una anécdota para el recuerdo. Al final de la escalera, frente a la puerta de su casa, la señora le ofreció una naranja diciéndole a gritos como buena sorda: ¡Toma majo! ¡Tienes pinta de necesitar mucha vitamina C! Y le dejó marchar imponiéndole un beso de despedida que a él le produjo náuseas. Todo había ido bien hasta ese gesto, incluso simpático, pero el beso le amargó el encuentro: no habiendo conocido a ninguno de sus abuelos había perdido la oportunidad de familiarizarse con besos viejos y el cariño antemorten.



© CHRISTOPHE CARO ALCALDE


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