Fausto terminó satisfecho por la compra y deleitado con los regalos. Y con una decidida intención de repetir. Después de todo, los casi cuarenta y cinco años de la pescatera desnuda en nada se asemejaban a los posibles sesenta de la misma en su fortín de cazapresas.
-¿¡Y tú qué miras, vieja?! Djävla gamla.
Ella salió del cuarto la primera. Enfundándose nuevamente sus guantes, casi de boxeo, encontró la mirada acusadora, envidiosa, de su competidora. Por los clientes y amantes. Ambas sabían muy bien qué ocurría en esos cuartos con servicio para todo cada vez que un hombre se colaba en ellos con la patrona del barco. También alguna mujer. Pero ninguna soltaba la lengua pues el secreto compartido beneficiaba a las dos: la clientela quedaba toda disponible para la que se quedara en su puesto, mientras vigilaba el de la colega; quien a su vez se beneficiaba a su cliente. Así, el trato no sellado era perfecto para ambas: soltera y divorciada convencidas de que el reloj cada día iba más rápido. Quedando menos tiempo que perder y más que disfrutar.
Diez minutos después, terminado su cambio de rollo interruptus apareció Fausto tomavistas al hombro y bolsas de la compra cargadas de una mano. Pagó generosamente su medio kilo de bacalao, y el resto de las cosas no pedidas, y se marchó con un lacónico adiós cámara en mano. Había mucho que filmar y el episodio aun siendo gozoso no era lo más relevante.
Tres semanas y un día más tarde ya había visionado en su estudio doméstico todo lo grabado; en la oscuridad del cuarto de fotografía transformado ahora en minicine con dos butacas de terciopelo verde, iluminadas a rotos por los flashes de la pantalla. Restos de la última gran sala de proyección en la ciudad: 1123 butacas, 380 metros de pasillo, 50 metros cuadrados de pantalla, 20 parejas de altavoces XL, 3 cámaras, 1 minibar y seis empleos reducidos a escombros para levantar en él un Sheraton cuatro estrellas de ocho puntas, 2 restaurante de lujo, 3 cafeterías exclusivas, 4 sótanos de parking, 6 suites emperador, 12 plantas, 338 habitaciones, treinta y ocho empleados y las previsiones de cumplir todas las necesidades para alojamiento de alto standing no hay alcalde que se niegue. Amén de algunas prebendas inidentificables para agilizar los trámites que los grandes negocios no pueden tolerar la pesadilla administrativa. Ésta, queda para los usuarios.
Fausto adquirió dos a precio de saldo para no sentirse solo. La compañía de la butaca era otra forma de esquivar el aislamiento. Hubiera sido una afirmación insoportable instalar una y ya está. ¿Qué hay de ese imaginario acompañante para conversar durante la proyección, compartiendo zumo de tomate y berberechos, debatiendo acaloradamente en el posterior sesudo cine fórum? ¿Con quién hablar de John Ford, Hitchcock, Wells, Hawks o Fellini? ¿Qué responsabilidad tuvo Miller en la muerte de Marilyn? ¿Era el rostro de Bogart la cruda expresión de un hombre atormentado? ¿La sonrisa de Lemmon más seductora que la medio mueca de Tracy?
Éstas y otras cien preguntas se hacía viendo sus propias grabaciones sin que nadie en la sala protestara. A veces, incluso se respondía y es ahí cuando estallaba la disputa. Todo ello sin tener que soportar las collejas en la nuca del impertinente niño en la fila de atrás, o las patadas dadas al respaldo por la loca de su madre actuando en su defensa. De ella, no del niño; que el jodido niño no le importa a nadie.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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