Como no puede evitar un impulso que le excita. Tampoco quiere, le haría el amor ahí mismo; si no fuera porque la oscura bodega le da tanto asco como a ella, o porque la pasarela está demasiado expuesta a cualquier interrupción por parte de algún marinero inoportuno. A los efectos, ella es un hombre, así que mejor no imaginar qué podría pasar si los descubren follando. Debe conformarse con una cucharadita de prueba en el guiso de sus pasiones: un beso. Le toma la melena le sujeta el cuello le inunda la boca con su lengua. Ella se deja hacer, el gustan esos arrebatos de pasión: son la viva expresión del deseo insatisfecho. Y pocas veces el deseo es satisfecho por completo.
Ella deja caer la linterna como una piedra, que resuena entre el acero con un golpe seco de martillo. Desliza su mano entre pantalón y camisa, buscando con prisa el cuerpo que ya la había hecho sentir el cielo: quiere repetir. A él esos dedos jugueteando entre los genitales le estremecen: flaquean las piernas lo mismo que se endurece el sexo. Quizás por esto: la sangre no alcanza a todo el cuerpo.
-Aquí no.
Desconcertada y con la boca abierta como un gorrión espera la comida de la madre:
-¿Qué?
-Este lugar. Me da asco. Si por mí fuera te colgaba en mi cintura y te ensartaba contra la pared, pero este olor, esta suciedad… Son insoportables. No puedo.
-Pues éste no piensa lo mismo.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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