Charlotte retira la luz de la linterna y enfoca a la escotilla más próxima: estribor. Después de unos segundos vuelve a la que les ocupa.
-Tienes razón, sí, está más limpia. Entonces…
-Alguien viene aquí a menudo.
-Quizás sean alguienes.
-¿Cómo?
-Era una broma. Estaba pensando en los africanos que vi bajar aquí el día del bote.
-Ah… El día ese… Bueno, veamos si hay más suerte y tenemos algo interesante que se pueda filmar.
Procede con el mismo protocolo, pero el volante de apertura cede con facilidad: no es necesario apalancar. Coloca ésta en el suelo y con ambas manos acciona el mecanismo, el cual se abre sin chirridos irritantes. Escotilla liberada.
-No dejes de apuntar.
-¿Con el arma?
-Hablaba de la luz. Pero también. Dame la cámara.
Con suavidad, o temor, empuja la escotilla que se desplaza cerca de noventa grados fácilmente. Por instinto, da un paso atrás. Temiendo que en esta ocasión sí saltaran los leones. O en su defecto las ratas. Ella le imita de forma inconsciente, el miedo es contagioso, pero introduce la lanza de luz atravesando con decisión el estómago de la bodega.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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