El barco escora ligeramente a ambos lados. La tormenta del exterior parece fuerte. Por las escaleras de entrada se desliza agua a intervalos irregulares. Fragmentos de ola que se suman a la balsa estancada y sucia bajo la pasarela. La interrupción es oportuna: rescata a Fausto y Charlotte del limbo de sus horrores para empotrarlos en el proscenio de la realidad. Puro teatro de codicia y abusos. Dramaturgia del inhumano humano en amarillo limón: desenlace fatal para actores y público.
Charlotte pierde el equilibrio con el movimiento sorpresa: es lanzada contra la escotilla abierta. Sin otro punto al que agarrarse, no logra evitar caer sobre el montón de gente, que sentada en el suelo se prepara para el impacto de libertador inestable. En medio de todo, semejante torpeza es conveniente pues consigue arrancar una carcajada de algún presente. Desesperación y sonrisas, dos elementos que como fuego y agua pugnan por sobrevivir. Pero quien peor soporta el contratiempo es quien menos debe: ella. Su miedo al ridículo, a la vergüenza pública. Y el insoportable olor atrapado en el interior la hacen rebotar como un muelle. Salta de bodega a pasarela y de ésta en cuatro zancadas hacia la salida. Hasta que se percata de que no hay salida. De que aunque en medio de la noche surgiera el sol radiante, ya no podría salir de esas bodegas para olvidar. Sí, Fausto tiene razón en su demoledor análisis de que ya no habrá una vuelta atrás sencilla. Y el dilema moral es tan pesado que ha consumido todas sus fuerzas. No puede caminar, se deja caer contra la rejilla dura de la pasarela. Entre amargos sollozos y balbuceos.
Fausto contiene la última arcada y se le acerca. No sabe qué decir, está tan confundido asustado y perplejo como ella. Sólo disimula un poco mejor. Le pasa la mano por el hombro. Angustiado por el descubrimiento y entristecido por verla llorar. En cierto modo, es su responsabilidad. Sus dos manos pone ella sobre las de Fausto. Es María Magdalena clavada en el suelo de su calvario de espaldas a un Jesucristo redentor. Es el dolor ante lo irremediable: los asesinatos y el canibalismo ocurridos ya no tienen reparación.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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