-Dice que tenemos que encontrar a los demás.
-¿¡Qué!? ¡Qué otros!
-Te lo dije. Los golpes, procedían de dos puntos distintos. ¿Recuerdas? ¡Hay más gente por ahí!
-¡¿Más!? –perpleja.
-Sí. Los que yo he oído. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! –grita alejándose hacia proa.
Hiroto se le adelanta, golpeando los mamparos de las bodegas con sus manos. Una tras otra tal y como antes había hecho Fausto. Y como si tuviera prisa por rescatar a esos nuevos desconocidos. Aunque el objeto de búsqueda difería enormemente. Al sexto intento hay un golpe de respuesta. Fausto supone que no podrá abrir la escotilla y se adelanta palanca y linterna en mano. Unen fuerzas: despejado.
La primera reacción de ambos es apartarse. Fausto por la hedionda nube Hiroto por precaución. Fausto ilumina la cámara, sin agredir, arrastrando la luz por el suelo. Efectivamente, uno tras otro van surgiendo los cuerpos. La mayoría sentados. En un extremo, amontonada la suciedad. Entre ella partes de un cuerpo humano: antebrazo pies manos tripas. Trozos rasgados de pulmón una cabeza con su melena por la sangre acartonada y cubriéndole parcialmente el rostro. Como todas sus excompañeras, cabeza de mujer. Lo que queda de ella: restos de la última comida. Es evidente que también éstas se han canibalizado.
En el grupo, nueve mujeres de un total de quince. Dos han muerto por enfermedad una de hambre tres asesinadas por el negro bajito. Todas comidas ninguna violada. Nada que ver con el respeto todo con el asco. Sus edades, similares al grupo de hombres; el periplo también. El desenlace, idéntico.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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