Pero la realidad gusta de ofrecer nuevos extremos: los japos viajaban enjaulados en una mazmorra de metal podrida y hedionda como el resto del barco, con el pestilente añadido humano. El grupo, o eran polizones descubiertos y encerrados, afortunados en ese caso de no haber sido arrojados por la borda; o eran emigrantes clandestinos en las peores condiciones. Cabía lo peor: ser propiedad de alguien, de algún humano con su peor psicopatía pues ni las bestias hacen prisioneros.
-¿Qué vamos a hacer?
-No lo sé, están tan asustados…
-¿Podías preguntarles por qué están aquí?
-¿Yo?
-Has dicho que entendías japonés.
-Pero no hablo nada. Y entiendo lo mínimo.
-Estamos bien… ¡Merde! ¿Ni siquiera sabes decir hola? Es lo más elemental.
-Konnichiwa, konnichiwa!
Charlotte toma prestada la expresión para dirigirse al grupo. Nadie responde ni se mueve. Repite su mensaje de cordialidad entre los pueblos.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
Charlotte toma prestada la expresión para dirigirse al grupo. Nadie responde ni se mueve. Repite su mensaje de cordialidad entre los pueblos.
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