Ella le tiene agarrado con fuerza por donde mejor se somete a un hombre. Sexo y mano apenas caben dentro del pantalón.
-Ese tiene intenciones propias, pero las ideas las pongo yo y al final siempre obedece.
Contrariada, ella extrae bruscamente su mano del pantalón: un rechazo que no esperaba. En la otra mano, todavía porta el revólver. La luz de la linterna desde el suelo recorre el plano de la pasarela hasta perderse en la distancia. Con la misma mano aún caliente y de olor a Fausto, la recoge.
-De acuerdo. Como quieras. Sigamos buscando tus fantasmas.
Tres bodegas más adelante, a babor, el volante de una escotilla carece de óxido y polvo. Ni siquiera telarañas, al contrario: el círculo de acero está bruñido, casi brillante, por el uso.
-Mira.
-¿Qué?
-Esta puerta, dale luz.
-Luz.
-¿No notas algo extraño?
-¿Que ahora se ve mejor?
-No, faen. Que no está tan asquerosa. No sé… un poco sobada.
-Pues… Sí, tal vez.
© CHRISTOPHE CARO ALCALDE
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