BOTÁNICO
Tengo que dejar de escupir a las
abejas.
Nunca me sirvió de mucho y al
tiempo siempre se rebelan.
Tampoco resulta útil amenazar al
gato mostrándole Los Miserables.
Con la paciencia que tiene es
capaz de aprender a leer y aconsejarme.
Aunque no vendría mal, que andamos
faltos de credo.
De valores de esperanza de
dinero. Disimulan, pero esto es lo peor:
ahora que tenemos los bolsillos
llenos de agujeros
curiosamente empezamos a echar en
falta todo.
Y lo que nunca tuvimos, también.
Conciencia social, solidaridad, respeto, esas cosas caprichosas.
Voy a dejar el mundo de los
animales y me voy a pasar al de las plantas.
No hay color.
O todo lo contrario y quizás por
eso.
A mis geranios leo poemas de
madrugada y noto una reacción extraña:
se arrugan. Luego se lamentan y
se secan.
Sin darme por aludido paso a
confesarme ante un gran centro de margaritas:
se cierran. Que no hay sí ni hay
no, que no se deshojan.
-¡Desmiémbrate tú, so pesado!
Me pareció oír entre protestas y
burlas.
Que me han vuelto la cara los
girasoles todo el mundo lo sabe:
normal. Son gente de luz, no de
sombras.
Yo los apagaba.
Con las rosas me entiendo algo
mejor. Será por las espinas:
yo te pincho tú me pinchas todos
contentos y sangrantes.
Ojo por ojo y paz en la tierra.
En el futuro debo seleccionar un
poco más las compañías:
me pasaré a las piedras.
Dicen que son duras. Tanto como
sabias.
Y quisiera yo copiar esta
protección ante el mundo. Hacerme el duro, vamos.
Que me resbalen los problemas
como gotas y no dejen huella como yo.
Lo últimos será fácil, sólo
tienen que copiarme.
En el próximo rastro de Navidad
voy a comprarme una goma bendita.
Por las fechas.
Con ella borraré mis cicatrices. Ya
no se curan.
Será mejor no verlas y fingir que
no sangran.
Es lo que todos quieren.
Cada cual tiene sus problemas.
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