lunes, 25 de junio de 2012

MALOLIENTES






MALOLIENTES


Hoy me tropecé con el tonto del pueblo.
Con otro tonto del pueblo.
Paseándose a sí mismo entre alcornoques y zarzas:
parientes próximos. Los tres.
Ramoneando briznas y venenos de una vida miserable y amarga.
Dando patadas a las piedras, puñetazos a la soledad.
Se lamentaba de su mala suerte, de su no estar en el mundo.
De no ser nada ni nadie.
Se lamentaba y bufaba.

Le escupieron al mundo allá por los años… no sé.
Hace unos cuantos. Seguro que era posguerra.
Entre un montón de paja y estiércol.
Entre pulgas y chinches.
Aroma de vaca, de burra, de cerdo, de gallina, de conejo, de rata, de perro, de gato.
De red vieja y de pescado podrido.
Pestilencia de mezquindad, de envidia. De rencilla y desconfianza.

Lo mal parieron y lo mal criaron.
Aprendió a recelar del vecino antes que a gatear.
A mirar por la espalda mejor que a mirar.
A gritar en lugar de hablar.

Para los ocho años ya maldecía como su padre. Mentía como su madre.
Robaba como sus hermanos:
catedráticos en la universidad de aprovecharse de todo
sin poner nada a cambio.
Los primeros en llevarse la leña, la fruta verde,
las bayas las castañas las nueces del monte.
Las almejas de la playa. Las navajas en la arena.

No prosperaron. Ni siquiera lo intentaron. Objetivo:
malvivir al precio más barato. Pedir en vez de trabajar.
Por el día mendigar, por la noche robar.
Sin salir de la pobreza, convivieron resignados con la escasez y la inmundicia.
Basura, malos olores, mierda de animales. También la suya:
otros animales. Con más derechos y menos deberes.

Ninguno de ellos estudió,
eso era para los niños de papá y los ricos tontos de ciudad.
Contemporáneos que hoy deciden por ellos. Que viven de ellos y,
si es necesario se ríen simulando ayudar.
De la familia de tontos del tonto del pueblo, hoy sólo queda él.
Todos fueron muriendo.
Al padre lo mató la burra. De una coz.
Por acercarse desde atrás a saber con qué intenciones. No en vano,
tenía fama de burrariego.
La madre lo pasó peor: la mató el alcohol.
Que da más coces y mata más despacio.
Y ya en las últimas, siempre es con dolor.
Los hermanos se mataron entre ellos. Por la leña.
Y con la leña: se liaron a golpes de tronco.
Se calentaron por última vez. Con ella.

Hoy el tonto del pueblo
deambula solitario por los caminos que le vieron crecer.
Arrastrándose entre prados de arena y alquitrán
rumia su mala suerte y su desdicha.
Masculla una venganza contra el mundo todo.
Cuando no hay amigos, todos son el enemigo.

Tiene pensado quemar barcos casas y corrales.
Con sus moradores dentro.
Quiere quedarse lo que no arda y sentir que, por fin,
consigo se hace justicia, y obtiene lo que merece.

Algo me dice que mañana, es su día pensado.

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