DES-VIVENCIAS
Con frecuencia me pregunto cosas
que no debería:
Porque no sé las respuestas.
Porque nadie me va a responder.
Y de los interrogantes inútiles
que de mi cuello cuelgan
hay uno que pesa más que el resto.
Todo junto.
El mal sueño recurrente que
revives ya despierto.
¿De qué me sirvió sufrir por
cosas que no tuvieron que ocurrir?
¿Por qué pagar tan alto precio
por algo que nunca deseé, ni pedí?
No busqué, me lo impusieron. Tropecé.
Caí.
Trampas de tramposos para
ingenuos caminantes.
La vida resabiada y retorcida se
empeñó en hacerme padecer.
Padecer que no es vivir.
Ningún provecho saqué de todo
aquello.
La lección que se escondía tras el
capítulo final, corta y aburrida,
ya la conocía:
no he faltado una clase hasta la
fecha en la escuela del vivir,
aunque ya me gustaría porque
mira que sobran enseñanzas de las
que puedo prescindir.
En el futuro, pretendo no asistir
siempre que pueda.
Que la vida bien puede seguir sin
mí.
Si a ella no le importo, mutuo es
el desinterés.
Mostraré un perfil bajo para no
ser señalado:
por los compas, el maestro.
El director de este loco centro
imposible para cuerdos.
Que no sepan que existo será mi
mejor defensa contra el agravio colectivo,
las envidias de los chicos y más
de un desaire femenino.
Los desaires ya se sabe: quitan
el aire. Y el hipo,
las botas, la cartera. Todo lo
limpian.
En ocasiones vivir mejor es fácil:
basta con que de ti no se
acuerden.
Si yo ya he comenzado a olvidarme
de mí mismo
¿qué le costará al mundo, digo
yo, seguir mi ritmo?
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